San Bernardo a través del tiempo ha experimentado rigurosos e irreversibles cambios en su estructura territorial, tras su conurbación metropolitana y mapeo regulador que escinde con su “apoplejía” disruptiva la naturalización de las comunidades. San Bernardo, lugar de veraneo de la elite santiaguina, ciudad del futuro, ciudad dormitorio, puerta de entrada o salida y que hoy vive un proceso transformador decisorio, complejo y lleno de bemoles, pues en pleno siglo XXI aún lucha por incorporar su semi ruralidad al paisaje, con un fuerte componente de desigualdad, pobreza, falta de alcantarillados y acceso al agua potable.
En marzo de 1958 la Agrupación de Pobladores de Chile, anunció un proyecto que destinó fondos para obras de emisarios y alcantarillados en la Provincia de Santiago, favoreciendo a nueve comunas densamente pobladas, entre ellas, San Bernardo. La falta de este indispensable servicio atentaba contra la salud de la población, aumentando considerablemente casos de tifoidea y paratifoidea (24,5 % en 1951), cifra que se duplicó en 1955. Los pobladores no podían costear las obras de alcantarillado y muchas de las conexiones estaban sin ejecutar, sumando esto a que la mayor parte de estas poblaciones eran habitadas por familias numerosas y acreedores de ayuda estatal.
Esta problemática fue recogida por el Ministerio de Obras Públicas que determinó la construcción de emisarios con el fin de sanear las poblaciones sambernardinas, pero con dos condiciones: primero, que las familias fueran dueñas de una sola propiedad de la cual no obtuvieran renta, y segundo, que sus ingresos mensuales no fueran superiores a dos sueldos vitales.
La construcción de estos colectivos e instalaciones domiciliarias fueron financiadas con el 2% de las utilidades industriales de las comunas y el 5% de ingresos municipales durante 3 años, con premios de la Polla y Lotería de Concepción y un porcentaje de las entradas totales del Club Hípico e Hipódromo de Santiago, más un adicional a las patentes de alcohol y un 1% del valor de la tonelada de cobre producido en el mineral La Africana de la comuna de Barrancas. Así, con esta curiosa fórmula de financiamiento, los pobladores podían paliar sus necesidades humanas básicas.
En contrapunto, se promovía la imagen de un país productor, inmensamente rico, con enormes cantidades de materias primas necesarias para exportar y levantar modernas poblaciones, sin embargo convivía con el aumento de asentamientos, tomas de terrenos y poblaciones llamadas despectivamente “callampas”. En esta precariedad, el Estado impulsó el plan de “auto construcciones”, no obstante, los pobladores exigían la aplicación de la Ley N° 10.254, más la entrega de sitios urbanizados. Esta Ley, aprobada en el Congreso Nacional otorgó a la Caja de la Habitación el poder para adquirir inmuebles y venderlos divididos en sitios, a familias de escasos recursos económicos. Antes de proceder a la venta de los terrenos, la Caja determinaba y ejecutaba las obras mínimas de urbanización, cuyo costo era traspasado al precio de venta de los sitios.
Los sitios vendidos por la Caja podían tener una superficie máxima de ochocientos metros cuadrados y sólo podían acogerse a los beneficios de esta ley los obreros, empleados y personas que gozaran de una entrada mensual máxima equivalente a tres sueldos vitales, con preferencia a las familias que eran lanzadas judicialmente, siempre que la causa no fuera por falta de pagos, los jefes de familia numerosa, y quienes ofrecieran una mayor cuota al contado para el pago del precio del terreno o aportaren materiales suficientes para construir su vivienda.
Ejemplo de ello fue el ofrecimiento, en 1952, a los pobladores del Zanjón de la Aguada, los cuales serían reubicados en la Chacra La Feria. Los pobladores tomaron estos terrenos tras una larga espera y la CORVI (Corporación de la Vivienda) en vez de contribuir al levantamiento de las viviendas, procedió a desalojarlos. Este hecho fue denominado “Campamento La Victoria”. En San Bernardo, uno de los comités que más luchó junto a la Agrupación Provincial y Nacional de Pobladores, fue el “Luis Cruz Martínez”, ante la realidad social que vivía nuestra comuna en los años 50, vale decir, sectores suburbanos sin urbanizar, escasez de habitaciones y una alta especulación de los arriendos.
Para comparar ambos puntos, la situación en los años 40 no era menos atendible. Los obreros querían demostrar al Poder Legislativo y a las Autoridades de la Caja del Seguro Obligatorio, la injusticia social acarreada a través de generaciones: “…mientras unos tienen riquezas demás, otros no tenemos donde caernos muertos. No obstante, todos somos hijos de Chile, producimos la riqueza y cumplimos con los mismos deberes” – detallaba la proclama popular.
El territorio chileno tenía una población de 5 millones 39 mil habitantes, un suelo cultivable que ascendía a 22 millones de hectáreas y de este total, 19 millones correspondían a 2.620 latifundistas o propietarios y sólo 3 millones del suelo cultivable pertenecían a pequeños propietarios. Grave desigualdad, sólo comparable al 92% de chilenos y chilenas sin un suelo, casa o techo donde vivir. La Ley N° 5950, que regía a la Caja de la Habitación Popular era inaplicable por falta de recursos y la Ley N° 6172 que autorizaba a la Caja del Seguro Obligatorio a construir casas para sus imponentes no tuvo efecto, ya que el interesado debía aportar el 25% del valor total de la propiedad, medida improbable para obreros y empleados modestos.
A mediados de los años 80, San Bernardo vivió una explosión demográfica sin precedentes y debió adaptarse a este cambio para sostener el crecimiento. Los canales de regadío se desbordaban constantemente tras la llegada del invierno, producto también de la compactación de terrenos, utilizados mayoritariamente para construir viviendas. El problema de los emisarios y alcantarillados ocupaba gran parte de los recursos, ya que era necesario construir nuevas redes, erradicando de esta manera los insalubres pozos negros. Otro problema insoluble en aquella década, fue la línea férrea, que siempre privó al sector oriente de infraestructura educacional, comercial y de salud, sumado al constante peligro de accidentes fatales en cruces no autorizados de ferrocarriles, mediando 18 incidentes anuales.
En este sentido, en 1981 finalizaba la primera etapa del paso bajo nivel de Avenida Colón con una inversión de 22 millones de pesos y el traslado de la feria libre Costanera. Ese mismo año, la Intendencia Metropolitana destinó recursos para alcantarillados en las poblaciones Lo Montero y Los Copihues. Como resultante del continuo avance de la marginalidad territorial, se hablaba de erradicar la extrema pobreza, consecuencia de una descontrolada planificación centralizada. Más graves eran los problemas de los campamentos al no contar con agua potable o servicios básicos.
Para ejemplificar, uno de estos asentamientos era el campamento El Cerrillo, ubicado en las cercanías del Río Maipo el cual debía ser erradicado, sin embargo para los pobladores esto era un inconveniente, ya que la mayoría trabajaba en la extracción de áridos y labores esporádicas en fundos cercanos. Misma suerte corría el campamento Areneros del Maipo, con la gravedad de soportar malos olores por las crianzas de cerdos, situación que se repetía en los alrededores de Nos.
Familias llegan a vivir a la Ciudad de San Bernardo
Imagen: Archivo Histórico Comunal de San Bernardo
A raíz del rápido crecimiento poblacional, una serie de hechos vandálicos comenzaron a suscitarse, protagonizados esta vez por algunos grupos de jóvenes que eran señalizados como marihuaneros y neopreneros. Según los vecinos, concurrían a las plazas al anochecer (por ejemplo, la Ángel Guarello), y procedían a destruir escalinatas, kioscos, glorietas y todo tipo de monumentos. El neoprén era visto como uno de los principales responsables de la conducta juvenil, porque era fácil de conseguir y consumir, bastaba sólo una bolsa para verter el solvente y aspirarlo.
Ya el otrora pueblo de acequias cristalinas, residencias aristocráticas y largos paseos por la Estación de Ferrocarriles comenzaba a configurarse como un polo de desigualdad, segregación y pérdida de identidad. Paulatinamente, comenzaron a desaparecer terrenos agrícolas y los aires de ruralidad que daban a la villa su estampa pueblerina. Esta postal cambiaría la manera de relacionarse, ya instalada la desconfianza en el difícil brote postmoderno marcado por experimentos sociales, violencia política y violación sistemática de Derechos Humanos.
El Programa de Empleo Mínimo conocido por sus siglas P.E.M. fue concebido en 1974 como parte de un paquete de medidas especiales para la absorción de mano de obra provisional, sub-contratando a trabajadores a través de Municipios, distinguiéndolos como obreros que percibían una fracción mínima del sueldo mínimo establecido por ley y bajo el amparo de un Código del Trabajo que funcionaba para tales efectos como un “subsidio” paliativo que entregaba el Estado para familias necesitadas. De esta forma, el PEM ocupaba una extensa red de trabajadores, mancomunados a cada municipio para todo tipo de obras, sin tener la calidad de “empleado municipal”, ya sea a Contrata o a Honorarios, restándoles estos beneficios básicos, manifestados en derechos de salud y jubilación esenciales.
El sello de este plan se mantuvo casi por catorce años y las variables de contratación no eran muy exigentes, esto por la naturaleza de oficios a desempeñar y la diversidad de encomiendas (construcción, aseo, atenciones públicas, administración). Las “cuadrillas” de trabajadores ponían a confianza de cada edil los perfiles según presupuestos, licitaciones, construcciones y reconstrucciones como veremos más adelante.
En plena crisis económica, acontecida en el año 1982 se decide la ampliación de estos programas, implementando el Programa de Ocupación para Jefes de Hogar (P.O.J.H.), minimizando las alarmantes tazas de desempleo e incidiendo en estos índices que ya alcanzaban casi el 30%, inyectando más recursos a los municipios, manteniendo sueldos bajos y en “escalas” de aptitudes y cometidos. Es decir, lo “paliativo” se convertiría con el pasar del tiempo en “institucional”, cobrando una enorme fuerza en la Región Metropolitana, pasando de 100.000 plazas en 1983 a más de 200.000 en 1984.
Así, se diseñó una política pública compuesta por subsidios de salud, nutrición, capacitación y empleo, por ejemplo: Programa de Pensión Asistencial, Subsidio de Asignación Familiar, Programa Nacional de Alimentación complementaria (PNAC), Programa de Control del Niño y del Adolescente, entre otros. La encuesta de Ocupación-Desocupación publicada por el Departamento de Economía de la Universidad de Chile, concluyó que en el período 1980-1982 un porcentaje cercano al 25% de las personas cesantes recibía algún tipo de ingresos, con cifras de $ 11.696 en 1980, $ 13.976 en 1981 y $ 13.883 en 1982, valorados en pesos a mayo de 1982, ciertamente montos insuficientes para vivir dignamente.
Trabajadores del Programa de Empleo Mínimo (PEM) realizan labores en los programas de mejoramiento comunal,
sector rural de San Bernardo.
Imagen: Archivo Histórico Comunal de San Bernardo
Mientras tanto, los trabajadores, mayores de 18 años, realizaban sus labores en jornadas de más de 7 horas al día, limpiando calles, habilitando parques y plazas, ornamentando edificios públicos, saneando, construyendo sedes sociales y canchas de fútbol, entre multiplicidades.
Nuestro país, vivió momentos difíciles de inestabilidad económica; ya en 1982, el PEM y el POJH alcanzaban la cifra de 336.000 trabajadores, representando el 9,2 % de la fuerza laboral del país. En 1980, el porcentaje de mujeres adscritas al PEM era de 35,2 %, en 1982 aumentó a 52,3 % y en 1987 era de 72,6 %. Estas cifras son inciertas al momento de conocer el impacto en mujeres trabajadoras, sin referirme a los hombres jefes de hogar, ya que los números ascendentes hablaban de una realidad social y una fórmula para el manejo macroeconómico. Muchas mujeres obtenían estos ingresos, muy por abajo del sueldo mínimo.
Por otra parte, en estos años se instauró un modelo económico asentado en la privatización, el neoliberalismo y el libre mercado, regentes hasta nuestros días. La dinámica tuvo efectos colaterales en la formación de sindicatos y el despido progresivo de empleados fiscales, debilitando la escena del Estado como entidad “proteccionista”, dejando todo en manos de la empresa privada. Otro efecto es la caída del PIB entre los años 1974 y 1975, pues en este contexto fue ideado el Plan de Empleo Mínimo. Si comparamos índices con el período 1973-1982 notaremos que el promedio de desempleo fue de 13,5%. Los valores extremos son un 7,01% en diciembre de 1973 y 21,25% en diciembre de 1982.
El desajuste macro y micro económico en sus primeros años debió lidiar con altos índices de desempleo, inestabilidad institucional, inflación, cambios profundos en los sistemas de salud y pensiones que fueron privatizadas. Esta imagen de país desfavoreció el crecimiento y abrió una brecha económica con un panorama desalentador, donde la pobreza aumentó. El efecto PEM hizo disparar las cifras de “beneficiarios” de 133.000 en 1979 a 190.000 en 1980, ad portas de una nueva crisis, la de 1982 que sumó más de 306.000 inscritos entre PEM y POJH. En 1983, este índice llegaría a más de 502.000 trabajadores, decantando las primeras cifras y con ello el desempleo. Estos dos planes se mantendrían activos hasta 1988 en los albores del retorno a la democracia.
El slogan fue muy difundido por aquellos años, que publicitaba una ciudad moderna, en pleno auge económico, abierta a nuevos cambios, cada vez más cerca de Santiago. El orgullo, compartido por muchos, instaló la idea de una ciudad modelo, cabeza de departamento (antes de La Victoria y posteriormente como Provincia de Maipo). Pero, veamos objetivamente el pulso de aquellos años, durante la creación del Programa de Empleo Mínimo, en los años setenta.
En San Bernardo, aún se celebraban las Fiestas de la Primavera, la Empresa de Transportes Colectivos del Estado (ETC) extendía sus Líneas de buses, en el año 1976 finalizaba con gran éxito el 5º Festival Nacional de Folklore (aún se premiaban a los Conjuntos de Proyección Folklórica por categorías A, B y C). También, ese año se realizaba la celebración de los 155 años de vida de San Bernardo, más de treinta industrias estaban afiliadas a la Asociación de Industrias, la cárcel contaba con más de 300 reos y acusaba hacinamiento, aún se celebraban las retretas dominicales de mediodía en la Plaza de Armas.
En 1978, se terminaba el frontis del Estadio Ferroviario y el cementerio local sufría desabastecimiento de agua potable, las instituciones más destacadas eran las Maestrancinas y junto con ello las Damas de Rojo, El Ateneo, la Cámara de Comercio, el Club Rotario, entre otras. En nuestra ciudad, fueron instaladas comisiones de asistentes sociales para acercar el Plan Nacional de Desarrollo Social; como eje se armaban comisiones para la implementación del PEM en las poblaciones, colaboraciones de “puntaje” en los campamentos, comisiones de navidad, jardines infantiles, niños desnutridos y alimentación. Lo anterior, era replicado en la ciudad, especialmente en la pavimentación de emblemáticas calles, donde era común el aporte económico de las Juntas de Vecinos, más la mano de obra del PEM, contraparte del municipio.
En los años 80, antes y durante la ejecución del POJH, San Bernardo era protagonista de numerosos cambios y planes en mejoramiento de la infraestructura, tomando nuevos rumbos a medida que llegaban nuevas familias “desarraigadas”, en su contexto cultural y social. En este sentido, se produjo una demanda explosiva de mano de obra calificada para satisfacer las necesidades urgentes de esta nueva población (pavimentos, alcantarillados, electricidad, agua potable, colegios, consultorios).
A mediados de los años 80, se originaban las primeras obras; juegos infantiles en las Villas Panamericana, Los Olivos, Confraternidad, sedes sociales en las poblaciones Cinco Pinos, Tejas de Chena, la inauguración de 4 torres de iluminación en el Estadio Municipal, urbanizaciones en los Campamentos Eugenio Matte y El Rosal, la instalación de agua potable en los campamentos Carlos Condell y San Andrés, plan de alcantarillado para la población San Antonio y Lo Montero, obras asfálticas en la población Santa Emma, la pavimentación de Villa Kennedy, emisarios de alcantarillados de aguas servidas en Cinco Pinos, San José de Nos. En esta última locación, el problema era agudo ante la existencia de pozos negros y la imposibilidad de seguir generándolos, también limpiándolos.
Por otra parte, se construyeron sedes sociales en las poblaciones Óscar Bonilla, El Olivo A y B, Ernesto Merino Segura, por nombrar sólo algunas, y se crearon las compuertas para el canal Rulano. También, en estos años se anunciaba la construcción del Paso Nivel de avenidas Colón y Pinto, con el fin de comunicar la comuna de oriente a poniente. La urbanización planteaba nuevos desafíos en materia de seguridad e higiene, sobre todo en la topografía de asentamientos humanos. En 1982, el Municipio invirtió 35 millones de pesos en la urbanización de campamentos, destinados a la instalación de agua potable, alcantarillado, soleras, electrificación y colocación de veredas. Pero también el plan contempló la pavimentación de calles emblemáticas, tales como Colón Oriente (entre línea férrea y canal Ochagavía), Freire (entre Nogales y Maestranza) y Maipú (entre San José y Nogales) y una media calzada para la Avenida Observatorio. Las calles destinadas a circulación vial y locomoción colectiva, presentaban serias deficiencias en su mantención, obstaculizando así el normal tránsito, me refiero a ejes como Eyzaguirre, Barros Arana, Nogales, Primero de Mayo, entre otras.
En la esquina de Santa Marta con San Martín existía un gran “hoyo” y los vecinos reclamaban para una pronta solución. Las acequias no eran mantenidas con prolijidad. En ese sentido, nuestra ciudad siempre se ha caracterizado por poseer una intrincada red de estos cursos de agua que han sido protegidos con disposiciones legales durante el transcurso de los años al existir derechos por uso y servidumbre. Con la llegada del invierno, todas las poblaciones y campamentos debían soportar la crecida de las acequias y el desborde de canales de regadío, convirtiendo calles y pasajes sin pavimentar en peligrosas trampas de barro. Lo suyo aportaba el canal Espejino, causando inundaciones en distintos tramos, especialmente en el puente Eyzaguirre, todo por la basura depositada en su cauce.
Pero no sólo esto, imperiosas eran las demandas para construir más colegios, policlínicos y mejorar el alumbrado público. Por si fuera poco, el mejoramiento de servicios básicos para las poblaciones no era el único norte, los vecinos se quejaban constantemente por plagas de ratones. Ejemplifico esto último en la población Santa Laura que en 1984 se organizó para recolectar firmas y enviarlas el Ministerio de Educación con motivo de la construcción de un colegio definitivo en reemplazo de un local en mal estado, provocando altas cifras de deserción escolar (de 1.200 a 850). Un hecho curioso fue la aparición repentina de una culebra al interior de una sala de clases y los conocidos ratones haciendo estragos al interior de las modestas viviendas, a causa de la presencia de microbasurales y la proximidad de un canal de regadío. La población era considerada un “dormitorio” porque sus pobladores salían muy temprano a trabajar y sólo regresaban a dormir, por lo tanto un sistema de locomoción para ellos era de suma importancia. Una línea de colectivos los trasladaba hasta el paradero 18 de la Gran Avenida, pero el costo del pasaje era privativo.
Los esforzados y nunca reconocidos trabajadores del POJH colaboraron en la formación de nuestra ciudad a través de la inyección de recursos y el levantamiento de múltiples obras, como la implementación de un comedor abierto, atendido por la Cámara de Comercio, el mejoramiento de cuarteles de Bomberos, con sus ampliaciones y construcción de dependencias, la pavimentación de avenida Colón Oriente, la remodelación de plazas y construcción de los parques Merino Segura y Villa Chena, la extinción de basurales, trabajos de albañilería y edificaciones de sedes sociales, el mejoramiento de la población Intendente Carol Urzúa, formada por Eugenio Matte y El Rosal, los trabajos del Consultorio Tejas de Chena, empedrado de calles con relleno asfáltico, construcción de colectores lluvias y alcantarillados, entre otras.
Con todo, en 1983 y a casi un año de la puesta en marcha del POJH, el Intendente de aquella época, el brigadier general Roberto Guillard, señaló a los 34 Alcaldes de la Región Metropolitana, en un balance oficial, la racionalización del Programa Ocupacional para Jefes de Hogar, fortaleciendo el control del programa a nivel de cuadrillas y en la administración de las obras. Puntualizó en esa ocasión que la Intendencia no aprobaría proyectos con rendimientos deficientes para la comunidad y que éstos no serían renovables, por lo que los adscritos (trabajadores) permanecerían en una lista de espera. En consecuencia, era menester de los municipios poner proyectos en marcha, ocupando esta mano de obra.
Por aquellos años, la cesantía a nivel país entre el período 1982-1983 había llegado a su punto más alto. Las cifras de 1982 revelaban un crecimiento de menos 14% y una inflación de 20,07%. El análisis de la Intendencia motivó a crear un plan de capacitación para los inscritos del POJH, con el propósito de mejorar sus posibilidades de encontrar empleo en el alicaído sector privado. Los programas de capacitación se especializaban en labores de construcción y agrícolas, dotando a más de 13.000 personas en habilidades tales como: clases de manejo de patronales y empaque de fruta. La coyuntura económica que atravesaba el país era sufrida por miles de chilenos y chilenas, en su mayoría mujeres que salían a buscar empleo en estos planes estatales, aumentando la cifra en las listas de espera. Se anunciaba la marcha blanca de licitaciones públicas que darían empleo (vía POJH) a 8.400 personas cada mes.
Por ejemplo, en 1983 la cifra de 426 personas adscritas en 17 programas del PEM y POJH recibió paquetes con mercadería, lo necesario para formar una canasta familiar muy básica. En noviembre de ese mismo año, los inscritos en el PEM, en San Bernardo sumaban 1.700 personas y 6.200 en el POJH. En marzo de 1984, el Plan POJH continuó su marcha, agregando la construcción del consultorio Carol Urzúa en la Población Tejas de Chena, un moderno recinto asistencial que beneficiaría a más de 8 poblaciones y 45.000 personas. Esta obra fue una de las más importantes realizadas por el POJH en todo el país, con un costo cercano a los 9 millones de pesos y no exenta de dificultades, como el intento de “toma” de la construcción, según un rumor. Paralelamente, los “Jefes de Hogar”, dejaban su huella en la construcción de 88 casetas sanitarias en los campamentos Buenos Aires, Eugenio Matte y El Rosal. Las “casetas sanitarias” se instalaban en sitios donde había una vivienda de auto-construcción, por lo general de madera o en precarias condiciones. Ésta, era un módulo rectangular de 9 metros cuadrados en albañilería de ladrillo destinado a servicios higiénicos (WC, lavamanos, ducha) y a la preparación de alimentos (lavaplatos conectado al agua potable y alcantarillado). En muchas poblaciones las casetas sanitarias eran desmanteladas para vender sus artefactos, a decir puertas, ventanas, techos.
Otro caso interesante, constituye la modificación del plan regulador de la comuna en mayo de 1984. Esta modificación permitió el cambio en el uso de suelo de la vivienda exclusiva a comercio, oficinas, equipamiento, talleres artesanales, industrias, áreas verdes, entre otras. Se establecieron nuevas líneas oficiales de edificación en el área debilitada poligonal del plano y un porcentaje para la ocupación del suelo del 60%, altura máxima de edificios, antejardines y otras. Este cambio introdujo una nueva variante al momento de construir en la comuna, por ende del trazado de calles y formulación de proyectos edificables.
Volviendo con las actividades realizadas por el POJH, es digno destacar el gesto altruista de estos trabajadores comprometidos con el desarrollo de la comunidad. Los ejemplos son muchos, ya que además de realizar tareas de limpieza y construcción, ayudaban directamente y por iniciativa propia a recolectar basuras y escombros alrededor de escuelas y villas. Por ejemplo, en mayo de 1984, los trabajadores contabilizaban más de 65.000 metros cuadrados de veredas, 3.000 conexiones domiciliarias de alcantarillados, prevención de inundaciones en los sectores clave. También, repararon más de 560 viviendas para personas de escasos recursos e incluso colaboraron en una de las remodelaciones de la vieja Estación de Ferrocarriles (Monumento Nacional) y efectuaron trabajos en multicanchas y podas generales.
En junio de 1984, el paso nivel Colón ya era una realidad. En sus comienzos, la obra fue cuestionada en varios sectores, ya que para muchos esta inversión no se justificaba y que estos recursos debían ser invertidos en otras obras. El costo total fue de 50 millones de pesos, aportados por el Ministerio de la Vivienda y el Municipio. Al llegar el primer aguacero este paso nivel demostró su verdadera utilidad, siendo una buena alternativa para la locomoción colectiva en su regreso o ida hacia Santiago.
El invierno de 1984 trajo numerosas consecuencias, el catastro de emergencia contó casi 609 personas evacuadas a causa de un fuerte temporal que dejó desastrosas consecuencias, la voladura de techos, el anegamiento de pasos niveles, en el paradero 41 de la Gran Avenida y el de O’Higgins cerca del Hospital Parroquial.
Los trabajadores colaboraron durante toda la emergencia, particularmente en la habilitación de este paso nivel, por su cercanía con el hospital porque las aguas se internaban directamente en sus dependencias. Las cuadrillas debieron trabajar incesantemente en el levantamiento de los canales de regadío y derrames.
Un estudio detectó la verdadera distribución de la red de canales y de sifones para cruzar la calle y de los tubos de menor diámetro puestos por los propietarios cercanos a estas acequias. Entonces, se tomó la decisión de un rediseño del desagüe entubado, construido en cierto tramo contra cota (del terreno), mediante un levantamiento topográfico e instalando más de 300 metros de tubería, aumentando el diámetro de la entubación en los puntos más conflictivos.
Fue en este punto donde una cuadrilla de trabajadores del POJH descubrió excavaciones históricas en una construcción subterránea, datada en más de 200 años de antigüedad, en ladrillos españoles y pegados con yemas de huevos (como el puente de Cal y Canto), con un techo reforzado con rieles.
Las cuadrillas 6 y 8 del proyecto clasificado como Nº 139 quedaron estupefactos con hallazgo patrimonial mientras reparaban una tubería que evacuaba las aguas del canal Ochagavía y descarga del Espejino en un costado del Hospital Parroquial.
Los trabajadores lucían orgullosos un par de utensilios, cuchillos y platos. Pero lo más importante es la conectividad de tres galerías, cada una de tres metros, supuestamente conducentes desde los terrenos del Hospital hasta el centro de San Bernardo.
Todos recordarán el terremoto del 3 de marzo de 1985 a las 19:47 horas, cuyo epicentro se ubicó en las costas del sur de la región de Valparaíso.
Lo verdadero y único fue el espíritu de solidaridad y entrega de los trabajadores que estuvieron desde el primer minuto de ocurrido el desastre en las calles, removiendo escombros (más de 37.600 metros cúbicos) y cooperando en la reconstrucción.
Los obreros trabajaron en la construcción de mediaguas, vitales en esta emergencia, instalándose en talleres provisorios en el Departamento de Aseo y en la Maestranza Central de Ferrocarriles, entregando un promedio de 100 mediaguas (en total se construyeron más de 1.200), solucionando la falta de viviendas en San Bernardo, Calera de Tango, Buin y Paine.
La situación social de San Bernardo, en este período era medida en base a su situación de marginalidad y extrema pobreza, con casi 161,7 kilómetros cuadrados, de los cuales el 20% estaba destinado a zona urbana y con una población cercana a los 220.000 habitantes, concentrada mayoritariamente en la urbe. De este porcentaje el 33% de sus habitantes vivían en situación de extrema pobreza y con una de las tasas de cesantía más altas de toda la Región Metropolitana.
Para entender el concepto de Lotes con Servicio, es necesario remontarnos a 1982, cuando el Ministerio del Interior estimaba, según cifras oficiales, un total de 190.000 familias urbanas y 92.000 familias rurales que vivían en una situación de extrema pobreza, sin las condiciones sanitarias básicas y en la mayoría de los casos sin ser propietarios de los terrenos (sitios) donde levantaban sus casas.
Las condiciones sanitarias derivaban en graves enfermedades, agudizándose con la llegada del invierno en viviendas auto-construidas, levantadas con materiales ligeros, sin aislar, sin baños, alcantarillado o agua potable.
La carencia de redes asistenciales, empleo estable y bien remunerado, equipamientos comunitarios, establecimientos educacionales, pavimentos, luminarias, etc., redundaban en un peligroso ciclo disfuncional, emocional, laboral, sentido de pertenencia y de progreso.
Estos dos ejes (condiciones sanitarias y propiedad), eran la base para entender el mejoramiento en la calidad de vida de aquellas familias. El Estado otorgó atributos a los Municipios, mediante la Ley N ° 18.138 de 1982 y del D.S. N ° 804 a ejecutar un Plan y programar las infraestructuras sanitarias.
Este saneamiento fue llevado a cabo a través de los programas de Lotes con Servicios y Mejoramiento de Barrios, motivando los asentamientos marginales sin urbanización para proveerles de infraestructuras sanitarias (baño, cocina, lavadero) y redes de agua potable, alcantarillados, electricidad, pavimentación y la entrega de un sitio con una superficie aproximada de 100 m2 por cada una de las familias, más un título de terreno.
Por ejemplo, en 1986, el Municipio entregó a 746 personas en el campamento La Portada estos Lotes con Servicio, con un costo de $ 146.228.000 y a 418 familias del campamento Los Copihues.
El empedrado de calles era el paso alternativo a la pavimentación. Miles de piedras seleccionadas eran colocadas, niveladas y compactadas para generar un camino seguro y económico, evitando de esta manera el barro y las inundaciones. Requería de mucho esfuerzo colectivo, aunque era considerada una medida de urgencia.
La técnica de empedrado era similar a la utilizada por los pueblos Andinos, con bloques de piedra pulida, tal como en el “camino del Inca”, usado para demarcación de límites, tráfico comercial, circulación de tropas y mensajeros e integración de territorios.
En 1986, cuarenta y cuatro proyectos para el POJH se encontraban en ejecución. Por ejemplo, la ampliación y construcción de 8 sedes sociales (Santa Ema, Cacique Antupillán, Estrella del Sur, Carlos Condell 2, Villa España, Lo Moreno, Las Amazonas, Los Volcanes y Algelmó), la construcción del Consultorio Lo Herrera, la Posta Rural de El Cerrillo y las remodelaciones de los centros asistenciales de San Bernardo y Confraternidad (en 1986, San Bernardo contaba con 5 Consultorios), el Policlínico Mujeres de Chile y el pabellón quirúrgico del Hospital El Pino, la construcción de la Comisaría de Investigaciones de Chile, el Gimnasio de la Escuela de Infantería, multicanchas en diversas escuelas y el Colector de aguas-lluvia de Colón.
Dentro de las facetas desconocidas del POJH está el emprendimiento de un grupo de mujeres obreras a través del proyecto de “Huertos Familiares”, promoviendo la agricultura dentro de la comuna, trabajando y cultivando la tierra para el sustento diario.
Las tareas para lograr el éxito de estas plantaciones eran múltiples, desde la preparación del terreno, siembra y cosecha de betarragas, acelgas, ajíes, cilantro y perejil, verduras que eran cosechadas para ser distribuidas a centro abiertos y comedores escolares.
La calidad de estas hortalizas era un factor importante, porque se cosechaban a la usanza tradicional, certificando su procedencia orgánica y libre de elementos químicos.
Las participantes recibían además cursos de economía doméstica, orientación familiar, modas y por supuesto nociones básicas de agricultura.
La superficie de este huerto familiar era de 1.500 metros cuadrados, obteniendo producciones quincenales. A modo de ejemplo cito: 3.000 espinacas, 3.500 paquetes de acelgas, 1.900 betarragas, 630 lechugas, 350 kilos de tomate, 100 kilos de ají, 2.500 rabanitos.
Los obreros también se ocuparon de la extracción de áridos y piedras en el Río Maipo en forma totalmente artesanal, aprovisionados de una pala y una carretilla. Este material ha sido explotado hace muchos años, por su importancia y utilidad en labores de construcción.
Cada jornalero, estaba obligado a entregar 5.000 m3 (una camionada) a la semana del material, variando entre arena, ripio, estabilizado, bolones, estuco o gravilla.
Los trabajadores empleaban para ello las llamadas “calicheras” (hoyos) cavados por los propios jornaleros o en bancos de materiales dejados al paso de las aguas del río Maipo.
Mientras que el ripio era considerado un material difícil de conseguir y procesar, lo mismo ocurría con la gravilla obtenida mediante harneado.
Las calicheras se formaban picando el lecho del río hasta lograr un gran hoyo, convirtiéndolas en pircas con bolones alrededor para evitar los desmoronamientos, más una entrada para los camiones recolectores.
La crecida del río durante el invierno tenía factores positivos y negativos; en muchas ocasiones el agua se llevaba las herramientas y deshacía las calicheras, pero al mismo tiempo dejaba gran cantidad de arenas finas y gruesas limpias. Su producción era variable, entre los meses de enero y junio se contabilizaban 6.529 mtrs3, con un total de 1.307 camionadas.
Con la crecida del río, los obreros del POJH mantuvieron una lucha constante por ganar espacio. Ellos construyeron los gaviones, que hasta el día de hoy podemos observar desde la carretera, en el sector El Romeral, defendiendo las tierras, conteniendo el material para el relleno con mallas y piedras. Sus defensas, servían para prevenir las inundaciones donde los parceleros mantenían sus hortalizas, cerca del río y a su paso proteger de la erosión el camino El Romeral, encauzando el brazo del río que producía la socavación y desmoronamiento, recuperando la ribera con relleno y reforestación.
Hoy, mirando los nuevos desafíos del siglo XXI, con 200 años de historia, cabe preguntarse si San Bernardo es la ciudad que queremos.
Con problemas ambientales, falta de planificación urbana, sin ciclovías, sin planes estratégicos para minimizar el impacto del Cambio Climático, con niveles de hacinamiento, pobreza, problemas de agua potable y en general de escasez hídrica, poca conectividad y deficientes planes de seguridad, falta de alcantarillado en algunas zonas, congestión vehicular, instalación de mega plantas e industrias, falta de áreas verdes, micro tráfico y tráfico de drogas, saturación de áreas urbanas, y un largo listado de problemáticas sociales.
Sí, tal vez somos la Capital del Folklore, la Tierra de los Escritores, de la Colonia Tosltoyana. Ciudad de trenes y donde se instaló una de las maestranzas más grandes de Sudamérica, pero con sus monumentos nacionales totalmente abandonados.
Imagen portada: Acceso hacia San Bernardo a fines de década de los años 80. Archivo Histórico Comunal de San Bernardo.