Como leímos, el planeador Blanik L-13 fue diseñado y producido en Checoslovaquia por la Compañía LET, para la instrucción de vuelo a vela y performances acrobáticas. Estas características lo hicieron favorito para el cruce de Los Andes: un objetivo importante para el Club de Planeadores de Santiago desde 1948.
El sanbernardino Alejo Williamson aceptó el desafío y lo logró el 12 de diciembre de 1964, aterrizando en el aeropuerto de “Plumerillo”, en Mendoza, con una marca de 5 horas y 51 minutos.
El planeador es parte de la colección del Museo Nacional Aeronáutico y del Espacio.
Sus principales características son: Tripulación: 2, Longitud: 8,4 m., Envergadura: 16,2 m., Peso vacío: 292 kgs., Peso cargado: 500 kgs., Velocidad máxima: 240 kms/h
No es coincidencia que Alejo Williamson haya elegido el 12 de diciembre para planear sobre la cordillera; al contrario, su intento tuvo claras intenciones de homenajear a Dagoberto Godoy, el primer aviador que cruzó Los Andes el 12 de diciembre de 1918 piloteando un Bristol, de madera, tela, y asiento de mimbre.
Esta leyenda influyó notablemente en la vida del joven Alejo, a tal punto que decidió tomar pasajes e ir a estudiar a la escuela de Monflorite, en España.
Cada vez que podía contaba algunas anécdotas de su paso por esta localidad situada en la comarca Hoya de Huesca, sobre todo un especial vuelo en velero de 1952: “Hasta entonces sólo había volado en planeadores básicos, tirados por cuerdas y hombres (…) un día había salido a volar todo el mundo menos yo y sentí que se podía intentar un vuelo de distancia. Insistí al jefe de la escuela hasta que le convencí para que me dejara salir a volar. Accedió con una condición: no podía irme, tenía que aterrizar de nuevo en Monflorite. Convine en ello y unos soldados me ayudaron a sacar un Kranich IIB, con las puntas de los planos hacia abajo.
Despegué y estuve volando con una docena de veleros en la ladera, pero no había gran cosa. Poco a poco los demás fueron cayendo, pero aguanté todo lo que pude hasta que estando a 80 metros de altura encontré una ascendencia que resultó ser una onda y fui subiendo hasta los 2000 metros. Pensé que era mi ocasión, con esa altura el planeo me daba para conseguir la distancia para el C de plata (50 kms). Pero había prometido volver a aterrizar en Monflorite. Dividido entre estas opciones, se empezó a formar una nube de rotor y tomé mi decisión. Me escondería en la nube para no llamar la atención y después me iría. Así lo hice y comencé a planear con las referencias que me habían dado para hacer los 50 kms.: pasar hacia el este dos ríos y buscar una industria con una chimenea alta. Pasé los dos ríos, vi la chimenea y me lancé a aterrizar. Pero cuando llegué cerca descubrí que no era una industria sino una iglesia. Perdido como estaba y con poca altura divisé a unos 8 kms. una nueva chimenea que podía ser la que buscaba y me lancé con la poca altura que me quedaba. No recuerdo si llegué o no, pero sí que finalmente tuve que aterrizar e inmediatamente se presentó una pareja de la Guardia Civil.
Tuve que contar que era chileno, que estaba en la escuela de Monflorite y todo mi currículum. Hechas las correspondientes averiguaciones por fin vinieron a buscarme. Me felicitaron por el vuelo, me reprendieron fuertemente por no aterrizar en Monflorite, y me reprendieron más aún por no haber llegado a los 50 kms.: me había quedado corto. Como castigo, me tenía que quedar toda la noche guardando el avión. Me dejaron en la compañía de uno de los guardias civiles, dos litros de vino y dos bocadillos de chorizo.
Situé al guardia civil en la cabina de atrás y yo me quedé en la delantera. Como tenía al parecer bastante hambre se comió su bocadillo y le di también el mío, comida que acompañó de todo el vino que nos había dejado. Ya de noche y bastante borracho el hombre dijo que le estaban molestando los mosquitos, por lo que decidió descargar su ametralladora por la ventanilla, lo que me produjo un susto de muerte. Hecho esto se quedó más tranquilo y finalmente se durmió. Yo no conseguí pegar ojo en toda la noche entre el hambre y el miedo. Finalmente, vinieron a buscarnos al día siguiente” (relato publicado por Jordi Carceller)
Planeadores en Huesca, España, libro “100 años sobre Huesca, 1911-2011, de los pioneros a la actualidad”
La ruta fue estudiada minuciosamente, una y otra vez. A diferencia de Godoy, él seguiría la ruta del Cristo Redentor, en caso de presentarse algún problema durante el vuelo, aterrizando en el camino o al costado de la línea férrea.
Para Alejo, de 39 años de edad, éste era uno de sus mayores secretos y no esperaba compartirlo con el mundo, al menos hasta que se concretara, primero en su mente y luego con su planeador.
Resulta difícil conocer sus pensamientos al detalle para después transcribirlos, y más dificultoso adivinar el deseo imperturbable de trazar un punto hacia la infinitud de Los Andes.
Alejo conocía muy bien los riesgos de esta empresa, por eso necesitaba tomar distancia de la gente, incluida su propia familia; Erna, su esposa y Elizabeth, de tan solo 10 años, para no sufrir por ausencias, y en caso que todo fallara, ya tenía decidido aceptarlo, “si me estrello, me estrello y punto” – pensó
Más que un día especial o con “aires” de heroicidad, se limitó a tomar un buen y nutrido desayuno, para estar en forma y poder volar, paradójicamente en completo silencio.
Sin aspavientos llegó al aeródromo Lo Castillo para una inspección de rigor antes de intentar las otras maniobras; miró el husillo del extremo del ala para descartar averías, el revestimiento de los alerones, el seguro de las suspensiones superiores e inferiores de las aletas frenadoras y los tirantes de mando, el seguro de las roldanas de guía de aletas sustentadoras, toda la superficie del fuselaje, los seguros del timón, la sujeción del espolón, la rueda del tren de aterrizaje, el tubo de presión dinámica, el interior y exterior de la cabina, comandos y controles en general.
Espacio de piloto delantero, planeador Blanik de Alejo Williamson
Inhabilitó el micrófono del aparato para no ser rastreado y poder volar sin contratiempos hasta Plumerillo, en Mendoza, aunque con algo de resquemor por lo que podría pasar. En más, continuó con la misión.
A esa hora, cuando el reloj marcaba la una con dieciocho minutos, subió al planeador para ser remolcado por una avioneta hasta 820 metros.
El cable se soltó, Alejo quedó solo, libre, con el horizonte, con el mando en ristre y dispuesto a afrontar las consecuencias del vuelo peligroso.
Con pocas cosas a su haber; un balón de oxígeno a medio usar, un barógrafo, un espejo de señalizaciones y una cámara fotográfica; ¿acaso necesita algo más que su propia autodeterminación?
“Una vez en vuelo, Williamson demoró treinta minutos en encontrar una térmica que le permitiera ascender. Esa primera media hora la pasó volando cerca del Cerro Manquehue, impaciente por comenzar. Pero no encontraba buenas ascendentes, y en un momento temió seriamente que su plan fracasaría por falta de condiciones atmosféricas adecuadas. Optó entonces por recurrir a una estrategia muy utilizada por los volovelistas, que consiste en seguir a los cóndores -planeadores expertos por naturaleza- para encontrar térmicas. Pero los cóndores que tenía a la vista estaban posados sobre las rocas, y aunque intentó echarlos a volar- asustándolos con el planeador – sólo consiguió que volaran unos metros para luego volver a posarse. Ya estaba perdiendo las esperanzas cuando finalmente se desprendió una térmica que le permitió emprender rumbo hacia el norte” (“60 años en el aire – Reseña histórica 1946-2006, Club de Planeadores de Santiago)
Una aeronave sin motor, más pesada que el aire, se sustenta y avanza únicamente aprovechando las corrientes atmosféricas. Utiliza el viento vertical, de fuerza ascensional, para ganar altura y hacer planeos extensos hasta la próxima corriente.
No es necesario extendernos en terminologías técnicas, bastante complejas, para comprender el grado de dificultad que vivió Alejo Williamson en sus más de 5 horas de vuelo, incluyendo; falta de oxígeno, fatiga, dolor de cabeza, calambres, malestares estomacales, mareos, frío, entre otros, producto de hallarse a más de 5.600 metros de altura sobre la gran cordillera, a una velocidad promedio de 33 kilómetros por hora.
En palabras simples, tenía que “examinar el cielo”, buscando masas de aire ascendentes, evitando a toda costa las “descendentes”, para mantenerse en el aire durante más tiempo, en caso contrario perder altura y estrellarse contra las montañas.
Camino hacia el valle de Uspallata estuvo a punto de fracasar al perder más de 2.000 metros de altura, alcanzando unos 300 metros sobre el río Mendoza. Precisaba mantener el rumbo y refinar cada una de las maniobras, con mucha concentración y coraje:
“El punto más bajo por el que podría atravesar los cerros estaba a 3.300 metros de altura. Comenzó a ascender, poco a poco, con todos sus sentidos concentrados en esa última oportunidad de salir victorioso. De pronto se sorprendió a sí mismo en una situación en que si encontraba una descendente no tendría posibilidad de retroceder. En pocas palabras, si el intento fracasaba, se estrellaría. Pero su cabeza no estaba en la posibilidad de fracaso, sino en los cálculos necesarios para optimizar el ascenso.
Este último intento fue el que lo llevó definitivamente a la victoria. Cuando ya se había dado por vencido logró alcanzar la altura necesaria para cruzar las últimas montañas, y pocos minutos más tarde se encontraba ya en la pampa argentina” (“60 años en el aire – Reseña histórica 1946-2006, Club de Planeadores de Santiago)
Alejo Williamson consiguió la meta aterrizando en Plumerillo, en 5 horas y 51 minutos, aproximadamente a las 20:00 horas (una hora menos en Chile).
Allí, contó que se acercó una patrulla militar desde donde bajó un capitán que preguntó quién era y cómo había llegado hasta ese lugar sin autorización. Al principio no le creyó, pero después de verificar el barógrafo se dio cuenta que estaba frente a un verdadero héroe que se atrevió a cruzar la cordillera de Los Andes, solo y sin más asunto que su arrojo.
De regreso a Santiago, Alejo Williamson tuvo un enorme recibimiento en las calles donde fue vitoreado mientras paseaba en un auto descapotable.
Su esposa, Erna, contó que su marido había salido de casa a las 9 de la mañana, muy contento y prometiendo llegar temprano, pero recordó un curioso detalle: “En verdad, me extrañó un poco que me pidiera una fotografía en que estamos los dos con la niña. Ahora me doy cuenta que él había proyectado decididamente este vuelo”
En el libro “De Cóndores y Sirenas: memorias de un aventurero ilustrado”, de Mauricio Obregón (Villegas Editores), el autor hace una interesante descripción de volar sin motor:
“Alejo Williamson, que con ese nombre no puede ser más que chileno, ha volado sin motor desde Santiago a Mendoza, Argentina, sobremontando las alturas de los Andes. En el aeródromo de “Las Condes” me explica cómo se agarró de las corrientes ascendentes que forma el viento del Pacífico sobre la vertiente occidental de los Andes, me presta un planeador, y despego a ver cómo es la cosa.
Llegar hasta los farellones es fácil, pero luego hay que ascender frente a una pared casi vertical. Afortunadamente, hacia Santiago hay siempre salida. Frente a los farellones empiezo a volar “ochos” pegado a la montaña para aprovechar la corriente ascendente: viraje para afuera, ahí está la corriente, otro viraje para afuera, regreso, otra vez la corriente, etc.
En el segundo viraje siento un golpe en la cola. El planeador es metálico y muy fuerte, luego no me preocupo. Vuelvo a hacer el viraje en el mismo sitio, y vuelve a sonar el golpe. Ahí sí empiezo a fijarme, y cuando me acerco a la tercera vez al viraje de marras ya estoy mirando por la ventanilla de atrás.
Un cóndor cae en picada sobre mi planeador, trata de clavarle las garras, aletea con expresión de asombro, vuelve a ascender, y en su corriente espera inmóvil mi regreso.
Al viraje otra vez, a ver si no estoy soñando. Ahí está el cóndor, describiendo lentos círculos en nuestra ascendente. Me ve, y entra en picada. Me parece verle la cara de rabia; y cuando sus garras caen sobre el metal del planeador, de dolor. Menos mal que mi planeador no es de tela…
Regreso, y una vez en tierra cuento el cuento, pensando que tal vez se reirán de mí los chilenos. Nada de eso: los cóndores tienen el mismo “imperativo territorial” que las otras fieras (…) y cuando se establecen en una corriente ascendente para guardar altura y acechar su presa, no permiten que ninguna otra ave entre a la misma corriente. Ni siquiera un ave grandota, brillante y horriblemente dura.
Si no hubiera habido cóndor, quien sabe si yo me hubiera atrevido a adentrarme un poco en los valles helados y negros que atravesó Williamson”
Con gran pompa, el nuevo “vencedor de Los Andes”, fue recibido en el salón rojo de La Moneda por el presidente Eduardo Frei quien estrechó sus manos:
- “Usted ha hecho una hazaña que nos ha dejado a todos impresionados”
- “La muerte no me preocupaba, era el fracaso lo que me preocupaba” – le contestó
“Me acordé de esa expresión tan chilena ‘echarle siempre p’adelante, y me decidí”.
Alejo estuvo 3 veces a punto de irse a tierra. Una, en plena cordillera en que el aparato casi rozó un ala contra el picacho; otra sobre el lecho del río Mendoza en que perdió altura por falta de corriente de aire ascendente, y, la tercera, cuando creyó que no cruzaría el cordón cordillerano que lo separaba de la ciudad de Mendoza.
“Si no paso esta altura, me habría ido a la misma punta del cerro” – dijo entre risas
El Museo Histórico Nacional conserva un retrato de Alejo Williamson Dávila, creado por Santiago Mahan en 1969.
En un objeto de uso conmemorativo, moldeado con bigote y nariz punteada. Líneas de expresión en la frente. De color café y verde con un acabado envejecido.
El objeto fue entregado en 2016 al museo por don Sergio Barriga Kreft, miembro y fundador del Instituto de Investigaciones Histórico Aeronáuticas de Chile y amigo del escultor.
Antes de terminar este capítulo, quiero que reflexionemos y volvamos al punto de partida: la desaparecida “casa Williamson” de calle Covadonga 237, monumento histórico de Chile. El lugar donde vivió uno de los personajes más importantes de la aviación sin motor; único ganador de la medalla Otto Lilienthal y protagonista de un logro que hasta hoy es memorado.
Si camina por ese lugar, deténgase por algunos momentos. Descubrirá que quedan algunas palmeras originales de la propiedad y tras ellas un enorme galpón, más nada que señalice, recuerde o ponga en valor la memoria de un héroe. Un verdadero héroe.
Alejo Williamson Dávila dijo adiós a este mundo el jueves 5 de junio de 2014 a los 88 años de edad.
Junto a su madre, el piloto Alejo Williamson baja del carguero que fue a Mendoza a buscar el frágil aparato en que realizó la hazaña. Una multitud le esperaba en el aeropuerto Los Cerrillos. Carteles que saludaban al “pulpo Williamson”, flameaban por decenas.