En el cementerio parroquial de San Bernardo, descansan los restos mortales del suboficial de aviación Eduardo Viera A., en una cripta cuya lápida señala: “fallecido trágicamente en el Ecuador, 15 de junio de 1943. Su esposa e hijos”.
En 1943 el gobierno organizó numerosos vuelos para el traslado de aviones “Vultee” BT-13 adquiridos a Estados Unidos. Una de esas escuadrillas estaba formada por: el comandante Enrique Núñez Morgado, teniente primero Amador Opazo Abarca, teniente primero Julio de la Fuente del Villar, teniente primero Jorge López Hutchinson, teniente segundo Werner Martínez Giessen, teniente segundo Domingo Vásquez Vásquez, teniente segundo Jorge Basoalto Valenzuela, y los suboficiales mecánicos Juan Báez Figueroa y Eduardo Viera Apablaza.
Ese mismo año, otras siete bandadas realizaron ese vuelo para traer aviones a Chile, y a mayo de 1943 otros 64 integrantes cumplían misiones de servicio en Estados Unidos.
El itinerario común dependía de la poca autonomía de los aviones, por eso se realizaba en etapas desde San Antonio, Brownsville, México, Guatemala, San Salvador, Costa Rica, Panamá, Colombia (varias ciudades), Ecuador, Perú, Arica, Antofagasta, Vallenar y base aérea El Bosque, en distancias cortas de 400 a 550 kilómetros, hasta completar 9.600 kilómetros de raid.
Los aviadores salieron desde la base de Tumaco, en Colombia, para aterrizar en Guayaquil, a eso de las 19:00 horas, pero fueron sorprendidos por una densa niebla, muy “cerrada”, tanto así que el jefe de formación ordenó la dispersión de las aeronaves para encontrarse en un punto cercano a la costa ecuatoriana antes de seguir a Guayaquil.
Sólo cuatro aviones llegaron a destino, mientras que uno de ellos, pilotado por el teniente Amador Opazo y el suboficial Eduardo Viera, se perdió.
“…aquellos parajes son desolados; no existen medios de comunicaciones. No hay caminos. Si el avión ha aterrizado en buenas condiciones, los tripulantes tendrán que recorrer un largo trecho para encontrarse con algún pequeño poblado y ponerse en contacto con algún pueblo de cierta importancia y dar a conocer su ubicación.
Pudiera ser que los aviadores se encuentren con vida y que en estos momentos caminen en busca de alguna cabaña o poblado.
Se nos ha informado que en esa parte trabajan leñadores y mineros y que existen recursos que hacen posible la vida humana” – informó la prensa
El jefe de escuadrilla, dirigida por el comandante Enrique Núñez Morgado declaró: “El avión perdido lo dejamos de oír sobre las montañas de Cojimíes, que se extienden entre las provincias de Esmeralda y Manabí”
Desde la base aérea de Las Salinas despegaron aviones de reconocimiento a lo largo de todo el recorrido entre Tumaco y Guayaquil, para determinar la ubicación exacta de los malogrados pilotos, a pesar de la imposibilidad de hacerlo por aire pues la zona es conocida por su espesa selva, con árboles de más de 10 metros de altura.
Para un piloto, incluso experimentado, atravesar una larga ruta con características climáticas extremas, propias del trópico, volando sobre interminables zonas selváticas, supone un grado de estrés adicional, a ratos difícil de sobrellevar, y claro, la seguridad aeronáutica, los servicios meteorológicos y tecnológicos en 1943 difieren mucho a nuestros días
Volar de Estados Unidos a Chile era un riesgo potencial y se recomendaba no hacerlo después de mediodía entre Panamá, Colombia y Ecuador, principalmente por el clima cambiante; así lo confirmó el jefe de escuadrilla, comandante Núñez Morgado al arribar después de esa odisea:
“De Tumaco partimos a las 14:50 horas, del día martes 15, inmediatamente después que lo hizo una máquina de la Panagra y con informe de buen tiempo hasta Guayaquil.
La ruta en esa etapa no fue en línea recta, sino en dos rumbos, a fin de volar sobre partes más o menos pobladas. Nos encontramos con una verdadera muralla de nubes, por lo que tomamos mayor altura para pasar sobre ellas.
Conociendo la capacidad de los pilotos, no dudé en atravesar las nubes, ya que sabía que al otro lado estaba despejado. De todas maneras, llamé por radio a fin de que los pilotos me informaran si volaban en buenas condiciones y si podían traspasar este corto trecho de nubes en vuelo instrumental. Los cuatro pilotos me contestaron ‘conforme’
La primera capa de nubes la atravesamos sin novedad y cuando salvábamos la segunda, que solamente parecía neblina, fuimos sorprendidos con el choque de hielo en los parabrisas, lo que significaba que íbamos pasando la parte alta de un cúmulo; nubes blancas de hielo con corrientes de aire interiores, lo que hizo que mi avión tomado por estas corrientes, fuera llevado hacia abajo, más o menos 1.500 metros. Una vez que me di cuenta que atravesábamos este cúmulo, ordené a los pilotos dar aire caliente al carburador y mantener sus rumbos a toda costa. Después de esto y como estaba separado de mis aviones, ordené tomar rumbo hacia el oeste, la costa, pues así sería más fácil que cada piloto me diera su posición para reunir nuevamente la escuadrilla.
Contestaron tres pilotos, pero no el teniente Opazo, a quien yo no oí, pero que otro de los pilotos asegura haber oído en forma débil. Cuando iniciaba mi vuelo hacia la costa, escuché claramente hablar al teniente Opazo con su acompañante mecánico Viera, diciéndole que le ayudara a buscar un claro.
Lo llamé nuevamente y ordené a otro piloto hacer lo mismo, pero no recibimos respuesta.
Una vez en la costa, los tres pilotos me comunicaron su posición y continuamos a Guayaquil, a donde llegamos en formación.
Mi primera idea fue que el teniente Opazo, separado de la escuadrilla, había vuelto a Tumaco, lo que no había sucedido, pero sólo pudimos saberlo al día siguiente” – declaró, pero hasta ese momento (23 de junio), desestimó la información que emanó desde Ecuador que aseguraba haber encontrado los restos del avión y a los pilotos fallecidos:
“Considerando las distancias de esa zona a puntos poblados, una búsqueda por tierra significa 15 a 20 días, tiempo que han demorado otros pilotos que han tenido aterrizajes forzados en esos lugares. Por estas breves razones, creo que aún pueden ser encontrados los tripulantes del avión perdido” – dijo
¿Cuál fue la versión ecuatoriana?, que un poblador de nombre José M. Viracocha dijo haber visto restos de un avión cerca de una quebrada, información que fue corroborada por las autoridades de la provincia de Imbabura, al norte de ese país, en una zona conocida como “interandina” o “sierra”, en las estepas de Pimampiro, a 100 kilómetros de la costa ecuatoriana. Los cuerpos de los pilotos Amador Opazo y Eduardo Viera habrían sido trasladados a Ibarra esperando su repatriación.
La búsqueda del avión perduró por casi dos meses, y a fines de agosto, una expedición encontró los restos en las cercanías de los ríos Canandé y Guayllabamba.
Un trozo de ala con el escudo chileno fue la clave para identificar el sitio del siniestro.
Los primeros días de septiembre fueron hallados los cuerpos de los aviadores y gracias a gestiones de ese país, son embarcados a Chile.
Los restos mortales del teniente Amador Opazo descansan en el Cementerio General de Santiago, mientras que el suboficial Eduardo Viera llegó hasta su casa en San Bernardo, y posteriormente fue sepultado en el cementerio parroquial el 28 de septiembre de 1943.
El teniente Amador Opazo