(Del libro “Expreso San Bernardo”)
E l martes 12 de marzo de 1918, a las 11:25 de la mañana, seis trabajadores de la Maestranza de San Bernardo perdieron la vida tras caer desde unos andamios, mientras se construía el taller de locomotoras en la nave oriente del recinto a cargo de una compañía Holandesa bajo la dirección de su ingeniero jefe Gustavo Blanck y Gustavo Wettman.
Esa mañana, veinte obreros trabajaban en los andamios de madera a más de 25 metros de altura y de forma repentina estos comenzaron a hundirse, provocando que 13 personas cayeran violentamente, mientras que el resto logró sujetarse de los andamios contiguos.
Producto del impacto murieron los trabajadores Eduardo Ruíz, Ramón Córdoba, Aurelio Tapia, Carlos Morales, Onofre Bravo y Pedro Pino, además resultaron gravemente heridos Pedro Salinas, Miguel Gatica, José González, José Leiva, Nicómedes Contreras, Alfonso Calquines, Rosalindo Zamorano y Felipe Grosman.
Después de la conmoción, los demás trabajadores se acercaron para ayudar a sus compañeros heridos, armando improvisadas camillas de tablas en tanto llegaban los primeros auxilios desde el hospital Parroquial.
Acudieron al llamado los doctores Luis Sepúlveda Salvatierra, Marcos Picón y el médico legista Santiago Mac-Lean, además de varios practicantes de la Escuela de Aviación y Suboficiales.
En señal de protesta más de 1.300 trabajadores paralizaron las obras “por falta de seguridad para los trabajadores y de elementos para atenderlos en caso de accidentes”.
“No es nuestro deseo formular cargos injustos a la compañía constructora de estas obras, pero sí reclamamos de ella la adopción en sus talleres de las medidas que dicen relación con la seguridad de los individuos. Allí no hay siquiera un modesto botiquín”, señalaron a la prensa.
A las tres de la tarde llegó desde la capital un tren especial, liderado por el director de Ferrocarriles Alejandro Guzmán, acompañado de varios doctores para auxiliar a los heridos, atendidos hasta ese momento en el Hospital Parroquial de San Bernardo.
Policías y jueces fueron comisionados para tomar declaraciones y levantar sumarios, así como determinar el grado de resistencia de la pesada estructura y cómo pudo desplomarse prontamente.
Desde el gobierno, el delegado Carlos Valenzuela Cruchaga emitió una declaración y una posible hipótesis del accidente: “La Compañía Holandesa, contratista de la obras ha montado en San Bernardo una activa faena de concreto armado en que trabajan diariamente alrededor de 1.300 operarios. Ha sido costumbre en sus prácticas de trabajo la de hacer repartir cotidianamente el diario a sus obreros por medio de sus capataces, llevando el control respectivo por medio de tarjetas con el nombre y sueldo del operario, pues bien, ayer a las 11 y media, hora en que se suspende el trabajo para ir a almorzar, uno de los cabos cometió la torpeza de repartir las tarjetas en uno de los pasillos de la parte alta del taller de locomotoras en construcción, contraviniendo las órdenes de la empresa constructora que ha dispuesto que esta operación se efectúe fuera de los andamios, esto es, en tierra firme.
Los pasillos han sido calculados, como es natural, para facilitar el tránsito de obreros y el acarreo y traslado de materiales, pero no para resistir cargas enormes, como son las que resultan de un hacinamiento de personas, que todavía vienen corriendo y en su apuro por salir pronto se empujan unas contra otras. Como resultado del peso extraordinario acumulado en un espacio reducido, cedió el pasillo, viniéndose al suelo de una altura no inferior a 12 metros el cabo y 12 obreros”, afirmó el funcionario público.
A raíz de esta aseveración, se concluyó que la única causa del accidente fue la poca previsión del cabo o capataz al momento de repartir las tarjetas arriba de los andamios, no obstante esta declaración no hizo más que motivar una acalorada discusión en el Congreso Nacional durante la sesión del 13 de marzo de 1918, solicitando la “mano protectora del Estado”, para las víctimas, y que del mismo modo no se exculpe a los Directores de la empresa por no haber ejercido la suficiente vigilancia para proteger a los trabajadores, o a los ingenieros e inspectores que debían fiscalizar la construcción del edificio a través de la Dirección de Obras Públicas o la responsabilidad de Ferrocarriles del Estado por no cautelar suficientemente la forma de cómo se estaba construyendo.
“En consecuencia, creo que el deber del señor Ministro del ramo es atender a las necesidades inmediatas que han surgido de esta catástrofe. Y no porque sean unos humildes artesanos, pobres obreros los que han caído en esta desgracia, no por eso deben merecer la indiferencia de parte del Gobierno.
Es frecuente que cuando las víctimas son de alguna figuración social, se levante una gran alarma en la sociedad; la prensa protesta indignada; pero cuando se trata de víctimas humildes, anónimas, entonces casi siempre se gasta indiferencia para mirar esta serie de dificultades con que tropieza en su vida el elemento trabajador” – cuestionó a viva voz el diputado Zenón Torrealba frente al Ministro de Industrias, Obras Públicas y Ferrocarriles Francisco Landa quien optó por aseverar que el director de la empresa de Ferrocarriles había inspeccionado la instalación de los andamios; que su construcción “era perfecta” y que el accidente había ocurrido en los pasillos de comunicación de los andamios en donde los operarios fueron reunidos por el mayordomo con el objeto de distribuir las fichas para el cobro de jornales.
Desde entonces y a causa de esta trágica jornada, se logró discutir sobre mejoras a la ley de accidentes laborales y la responsabilidad compartida entre la empresa y el gobierno.
Hasta hoy, esta historia estaba perdida en los anaqueles de la prensa y no existe en la memoria de la Maestranza un lugar que honre a estos trabajadores que perdieron la vida cumpliendo con sus tareas, y todo para llevar el pan hasta sus hogares.
Contratistas caminan por el lugar del accidente en la Maestranza de San Bernardo
Estos eran los andamios de la tragedia en la Maestranza de San Bernardo