A bordo del vapor México, que ha venido del Callao, llegó D. Roque, el famoso General de los peruanos.
¡Cómo viene el General!, ¡qué gentil y qué abultado!, ¡si ni siquiera se acuerda que estuvo allá en San Bernardo, en calidad de…paseante, pero con viaje obligado!.
¡Que al visitarnos le sea grato este suelo tan…malo, tan mezquino…tan dañoso…tan poco olor a peruano.
¡Salud, D. Roque, salud!, y…¡no olvide a San Bernardo!”.
El escrito fue publicado en una revista, en 1906 para referirse a la figura de Roque Sáenz Peña, abogado y político argentino que combatió en la Guerra del Pacífico como voluntario del ejército peruano y llegó a ser presidente de la nación Argentina entre 1910 y 1914.
Siguió los pasos de su padre, Luis Sáenz Peña, quien fue Presidente de 1892 a 1895, estudiando Derecho y militando en el partido Autonomista.
Con apenas 28 años de edad, presentó su solicitud al gobierno peruano para enlistarse y combatir por ese país en pleno conflicto de la Guerra del Pacífico.
Roque estaba convencido que la “causa” de la guerra era americanista. Así lo expresó en uno de sus discursos: “No he venido envuelto en la capa del aventurero, preguntando dónde hay un ejército para brindar espada, las causas de Perú y Bolivia, son causas de América, y la causa de América es la causa de mi patria y sus hijos”.
Perú le ofreció un puesto como administrativo, pero prefirió luchar en el campo de batalla, viajando a Iquique para ofrecer resistencia al ejército chileno.
Sus actuaciones se sucedieron en las batallas de Dolores, Tarapacá y toma del Morro de Arica, después de la contienda en Tacna o también llamada “Alto de la Alianza”, que rompió la coalición entre peruanos y bolivianos.
Bajo inferioridad de fuerzas, las tropas peruanas apostadas en el Morro, comandadas por el general Francisco Bolognesi, estaban dispuestas a no rendirse y hacer frente al ejército chileno, como se confirmó el 5 de junio de 1880, cuando el general Baquedano envió a un emisario para lograr la rendición:
“Señor, el General en Jefe del Ejército de Chile, deseoso de evitar un derramamiento inútil de sangre, después de haber vencido en Tacna al grueso del Ejército aliado, me envía a pedir la rendición de esta plaza, cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conocemos” – manifestó el emisario chileno Juan José de la Cruz Salvo, a lo que el general Bolognesi respondió: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”.
Roque Sáenz se encontraba entre los quince oficiales que acompañaron la decisión de no rendirse del general Bolognesi, episodio que desencadenó en el inicio del fuego artillero y bombardeo con baterías por mar y tierra, sumando también un teatro encarnizado que tuvo punto más álgido el 7 de junio de 1880 con la captura de la bandera peruana y la muerte de cientos de soldados.
Roque Sáenz Peña fue herido en uno de sus brazos y al término de la contienda fue sometido a un consejo de guerra donde estuvo a punto de ser fusilado, pero más tarde se ordenó su confinamiento en San Bernardo donde vivió 6 meses como prisionero de guerra.
Emilia Herrera de Toro, una dama de la aristocracia chilena jugó un papel clave en el destino de Roque al interceder con el Presidente para que reconsideraran el fusilamiento y lo enviaran a nuestra ciudad.
En una carta, Roque agradece este gesto: “Señora, siento mucho haber tomado las armas contra su país, pero no tenía el gusto de conocerla; ahora le prometo a usted no volver jamás a hacer nada contra Chile”.
Ella, años después responde con otra misiva: “Hoy no ha tomado usted las armas, porque no hay guerra, pero ha tomado la palabra para hacerla, más que con el fusil al brazo. Yo reclamo de usted el cumplimiento de su promesa. Se ha conseguido por medio de estos últimos tratados obtener la paz y tranquilidad de ambos países, y de que no sigan anunciándose por quimeras imposibles. Cuento con el cariño que usted me manifestó cuando tuve el gusto de conocerlo, y hoy diga a sus amigos que piensan como usted: ¨Yo no puedo acompañarlos hoy porque una vieja que conocí en Chile me exige el cumplimiento de una promesa que le hice¨, lo abraza su amiga”.
Existe un largo epistolario enviado desde San Bernardo a Emilia y sus amigos, donde cuenta que se encuentra bien y que su herida está sanando, pero que le preocupa el trato que ha recibido de la prensa a quienes llamo “gacetilleros” que contaban una serie de infamias que lo involucraban rindiéndose frente al enemigo.
El 12 de agosto de 1880, envía una carta a su amigo Miguel Cané desde San Bernardo: “Queridísimo Miguel, aquí tienes a tu amigo más querido herido y prisionero en San Bernardo. La herida va mejorando rápidamente; hoy tiene un mes y cinco días; pienso que en quince más estaré bien.
Puedo asegurarte que la herida no me preocupa, no me hubiera preocupado aun cuando ella fuera de gravedad. Son otros sufrimientos, amigo, los que me han amargado con más intensidad que los sinsabores de la campaña y que la rabia de la impotencia en que nos hemos hecho pedazos. He sido vilmente calumniado por esa nube de gacetilleros y corresponsales anónimos que forman la baja prensa de Santiago, inventora de fábulas que principian con mi salida de Buenos Aires, continúan con mi aptitud en San Francisco y Tarapacá, cargando la mano en la resistencia de Arica. Todo mi pensamiento, Miguel, está en Buenos Aires.
¿Qué se habrá dicho allí de estas calumnias?.
Lo que es en el ejército aliado mi nombre está bien alto; desde las juntas de guerra hasta el teatro de la guerra, he sido visto por todos mis compañeros de armas que me rodean de consideraciones y cuidados y sienten como yo las calumnias de las que he sido objeto.
Nadie esperaba en verdad tanta perfidia; después de haberme batido tres cuartos de hora con el brazo derecho atravesado de un balazo y de haber sostenido el combate hasta que tuve que arrojar la espada por la inacción de mi brazo derecho producida por el enfriamiento de la herida, cuando el enemigo ya se encontraba a veinte pasos y se había mandado cesar los fuegos, después de esto digo, no esperé nunca que esta prensa me llamara disparador. ¡Disparador! y me toman prisionero en el mismo sitio en que me batía recibiendo de frente la descarga que mató a Moore y a Bolognesi cuando me encontraba en medio de ambos, y sobre todo cuando fui herido corriendo a la cabeza de mi cuerpo a paso de trote buscando un puesto de combate.
Esto es inaudito y solo me consuela ver cómo mis compañeros participan de mi indignación contribuyendo esta nube de manifestaciones que principian en los Jefes y concluye en los cuarteles de la tropa para modificar la opinión de los hombres sensatos de Chile y con ella mi situación moral”, y continúa narrando su actuación en la sitiada ciudad de Arica.
Regresó a Buenos Aires en 1880 y el 12 de octubre de 1910 fue elegido Presidente de la República Argentina y falleció el 9 de agosto de 1914, dos años antes de terminar su período presidencial, debido a una enfermedad.
Uno de sus logros es haber propiciado la ley de voto universal en la nación hermana.