A partir de 1926 se instauró oficialmente el “Día del Veterano de 1879 cada 13 de enero, en homenaje a los 82.000 chilenos y chilenas (incluyendo a Cantineras), que combatieron durante seis largos años en la gesta llamada “Guerra del Pacífico”.
Por este motivo, el sábado 15 de enero, en el Cementerio Parroquial de San Bernardo, se realizó una romería, visitando algunas de las tumbas donde descansan o descansaron los restos de aquellos veteranos.
Este 2022, el acto solemne fue organizado por la Agrupación de Recreacionismo Histórico “Efemérides Chilenas”, que ya se comprometió a realizarla el próximo año, junto a “Memoria Digital”.
El “Día del Veterano de 1879” es un sencillo reconocimiento a nuestros ancestros sanguíneos o morales que al ver amenazada la soberanía de Chile, dejaron sus profesiones u oficios y vistieron el uniforme para ir al Norte a luchar contra fuerzas Bolivianas y Peruanas.
Las y los asistentes depositaron en cada tumba sencillas ofrendas florales para recordarlos y leyeron sus reseñas de vida, muchas de ellas marcadas por el anonimato y las enfermedades que padecieron, como fue el caso de la Cantinera del Batallón Victoria Juana Alcaino que sufrió de ceguera a causa de la picada de un mosquito mientras se encontraba en plena campaña junto a su marido, don Roque Rejas.
Era 1915 y los periódicos de la época testimoniaban la grave enfermedad que sufría la señora Juana Alcaíno, viuda de Rejas, heroína de la Guerra del Pacífico.
Después de embarcarse, vivió largos meses en pleno desierto, acompañando al Batallón Victoria, vistiendo con orgullo su uniforme, soportando agotadoras caminatas bajo silbido de balas, ganándole al hambre y al frío extremo por las noches.
Regresó a San Bernardo y fue recibida en medio de vítores y sentidas muestras de afectos de parroquianos que se agolpaban en interminables desfiles a lo largo y ancho de calle Prat, llegando hasta el centro mismo de la Plaza que bullía de efervescencia ante tal hazaña, sin embargo, con el correr de los años esto se convertiría en la más absoluta y total indiferencia, de parte de sus coterráneos y del mismo gobierno chileno.
La modesta vivienda de Juanita Alcaino
El 25 de octubre de 1915, el Coronel de Ejército Manuel Moore, escribió una sentida carta al doctor Santiago Mac-Lean, contando las penurias y el desahucio social de esta ilustre ciudadana, conocida entre los soldados como “la madrecita”.
En la misiva, rogó considerar una mesada entre sus amigos y sus relaciones para la pobre ciega que residía en calle Eyzaguirre y San Alfonso, frente al antiguo Seminario.
La carta trataba de hacer un llamado de atención frente a la indolencia gubernamental, ya que…”esta buena y honrada mujer fue esposa del sargento del Batallón Victoria Roque Rejas, siguió a su marido en toda la campaña de Lima y se encontró en Chorrillos y Miraflores.
Desempeñó además el papel de cantinera, atendiendo a los enfermos en las marchas y en el campamento. En el campo de batalla secundó las tareas de la ambulancia, socorriendo a los heridos; y para con los moribundos hizo las funciones de una verdadera monja de caridad”. – comentó
La descripción que hace el Coronel sobre su retrato era de primera fuente, porque él era oficial del mismo batallón y de la misma Compañía.
Su modesta vivienda de adobe contrastaba con su excelsa y maternal figura, durmiendo en un mísero camastro de fierro, casi adosado a una pared de barro, teniendo como cobertores un par de mantas húmedas.
Acompañada de un niño-lázaro y portando una varilla de madera como bastón, era común verla mendigando para comprar el pan diario, amén del reconocimiento por Ley del Congreso Nacional, autorizada oficialmente por el Gobierno para marchar junto al regimiento, vistiendo uniforme y portando una cantina, pero abandonada a su suerte tras la hazaña.
Además, por si sus desgracias fueran pocas, Juanita debió lidiar con su hermano Hipólito, ciego de un ojo e incapacitado luego de caer desde gran altura.
Juanita, con voz temblorosa contaba sus devenires e incertidumbres a quienes la escucharan, diciendo:
“…viera usted señor, unos boqueaban, otros se quejaban, algunos habían muerto sobre su mismo yatagán.
Roque llegó, el sol ya bajito. Como si nada le hubiera pasado. Le di un bocado de no sé qué. Su Compañía salió a las avanzadas. A la señora y a mí nos tocó dormir sobre unos cadáveres.
Yo lavaba las camisas ensangrentadas. Les vendaba para cubrirles la cara, paraba el yatagán en el suelo y formaba un toldo con el pañuelo, ¡cuidaba hasta a los prisioneros!” – decía la mujer de pelo cano y rostro consumido, quejándose con justa razón de su indigencia, sin un peso para comprar abrigos y alimentos, aceptando escasas monedas para el mendrugo diario que no alcanzaba ni para vestir, por eso algunas vecinas piadosas juntaban ropa y arreglaban sus zapatos.
De su familia no mucho podía decir, apenas sobrevivían, como el caso de su sobrina; viuda y con cuatro hijos.
Su caso no era único pues se unía al clamor de muchos veteranos que participaron en la guerra y que nunca fueron reconocidos, recibiendo sólo el famoso “pago de Chile”.
Y, para describir esta innoble situación, la Cantinera María Quiteria Ramírez, de 31 años de edad, oriunda de Illapel, dejó su testimonio en esta carta:
“En el mes de Octubre de 1879 me embarqué para Antofagasta y el 14 del mismo mes, después de una entrevista con el valiente Comandante don Eleuterio Ramírez fui aceptada y me incorporé como primera Cantinera del Regimiento 2º de Línea. Poco después pasamos a la Toma de Pisagua.
En este lugar el Comandante Ramírez me expresó que tan luego como se pasase revista se determinaría el sueldo que me correspondía por la plaza que ocupaba en el Ejército, pero la revista no se llevó a efecto porque marchamos inmediatamente al campamento de Dolores. Después de ese Combate mi Regimiento marchó a batir las fuerzas peruanas a Tarapacá donde caí prisionera con algunos Soldados del Ejército.
Hice a pie la travesía de Tarapacá a Arica, prisionera del General Buendía; la toma de Arica por nuestros valientes soldados me dio la libertad, olvidé mis sufrimientos y volví a incorporarme en mi mismo Regimiento, el 2º de Línea.
Preparada la Expedición a Lima, nos embarcamos para Pisco y de ahí hice la travesía por tierra del Valle de Lurín, me encontré en el Combate de Chorrillos y en la sangrienta jornada de Miraflores entrando enseguida a Lima con el Ejército vencedor.
Regresé a Chile con parte del Ejército el día 14 de Marzo de 1881 y mi salud quebrantada por tantas fatigas me puso a las puertas de la muerte después de haber escapado a las balas; una horrible enfermedad del hígado y una fiebre terciana tenaz, habrían dado fin a mi vida si no hubiese hallado la mano caritativa de una comisión que daba auxilio a los heridos y que me atendió generosamente hasta ponerme fuera de peligro.
Vengo ahora señor en solicitud de los sueldos o recompensas en que puedo ser acreedora por los servicios que he prestado en el Ejército y suplico a US. pida informe a los Jefes de mi Regimiento que actualmente están en Santiago mi Coronel Don Miguel Arrate, mi Mayor Sr. don Pedro Nolasco del Canto.
Quedaré eternamente agradecida de cuanto se haga por mí, viviendo hoy día como vivo en la mayor indigencia.
Es Justicia
María Quiteria Ramírez”.
Como podemos apreciar, en las filas de ciudadanos y ciudadanas ilustres nada hizo conmover este acto de reparación y sacrificio.
Juanita falleció el 19 de junio de 1930 y desde 2010 sus restos descansan en la cripta de la Catedral de San Bernardo, junto al fundador de la ciudad, don Domingo Eyzaguirre y otros soldados que corrieron la misma suerte, entre ellos Joaquín Barrientos Contreras, Ismael Soto Islas, José Francisco Vargas, Juan Bautista Durán Durán, José Luis Jeldres y José Eufasio González.Se estima que el camposanto llegó a albergar a 44 veteranos de la Guerra del Pacífico, y se mantiene la tumba de Apolinario Cañon Burgos fallecido el 13 de agosto de 1917 a los 59 años de edad.“
Un hombre sólo muere cuando se le olvida…”