Por: Marcelo Mallea H.
Del libro “Expreso San Bernardo”
Más que cintura, se trató de un intento para definir los límites de la ciudad y sus necesidades de “edilicidad” en materias de urbanización, tales como pavimentos, aceras, plantaciones, alumbrado, seguridad y uso de agua potable, para de esa manera crear una “ciudad propia” que estuviera sujeta a los cargos y beneficios de cada municipio y los “suburbios” como régimen “aparte” y menos oneroso.
He aquí el primer eje “fragmentador” de su proyecto y que inició en la década de 1870 con el crecimiento urbano y la migración del campo a la ciudad o, viceversa, el establecimiento de villas acomodadas o de veraneo para la elite como fue el caso de San Bernardo.
En este “Camino de Cintura”, Vicuña Mackenna procuró establecer cordones sanitarios en centros poblados para protegerse de “influencias pestilenciales” de los arrabales (según sus palabras), y al mismo tiempo: liberar a barrios centrales del exceso de tráfico de vehículos que “dañan y destruyen el pavimento y embarazan la libre circulación de las calles frecuentadas por el vecindario”, asimismo diseñó alrededor de la ciudad una serie de paseos circulares embellecidos por grandes quintas y casas de recreo, con límites y restricciones para fábricas contaminantes; una lógica inaplicable que con el paso de los años creó nuevos cordones industriales y “patios traseros”.
El Camino de Cintura ideó una línea recta demarcada sobre los cuatro rumbos de la planta de la ciudad, creando avenidas y plazas de 125 metros por costado, en total cerca de 11 kilómetros usando macadam, ripio, terraplenes y numerosos árboles.
Para algunos historiadores este plan no funcionó pues terminó convirtiéndose en una forma de “jerarquía urbana” que plantó las bases para segregar aún más los “barrios del sur”.
El Santiago de la elite y de los grandes palacios mostraba toda su indiferencia con el resto los barrios, considerándose culto, opulento y cristiano, en contrapunto a sus extramuros:
“un inmenso aduar africano en que el rancho inmundo ha reemplazado a la ventilada tienda de los bárbaros, y de allí ha resultado que esa parte de la población, el más considerable de nuestros barrios, situado a barlovento de la ciudad, sea sólo una inmensa cloaca de infección y de vicio, de crimen y de peste, un verdadero potrero de la muerte, como se le ha llamado con propiedad” – (La Transformación de Santiago, Notas e Indicaciones respetuosamente sometidas a la Ilustre Municipalidad, al Supremo Gobierno, y al Congreso Nacional por el Intendente de Santiago, julio de 1872, párrafo de Manuel Domínguez).
Estos eran los llamados “barrios del sur”, ajenos al plan de Vicuña Mackenna que extendían su influencia entre el canal de San Miguel y el Zanjón de la Aguada. Sitios empobrecidos, abandonados a su suerte, miserables tugurios poblados por conventillos, viviendas de barro y paja señaladas como “chozas”, “tolderías salvajes” en medio de calles estrechas, sin pavimento, sin acequias de agua corriente, en charcos pantanosos e insalubres, atestados de basura, lejos de toda acción del Estado:
“Barrios existen que en ciertos días, especialmente los domingos y los lunes, son verdaderos aduares de beduinos, en que se ven millares de hombres, mujeres y aun niños reducidos al último grado de embrutecimiento y de ferocidad, desnudos, ensangrentados, convertidos en verdaderas bestias, y esto en la calle pública y a la puerta de chinganas asquerosas, verdaderos lupanares consentidos a la luz del día por el triste interés de una patente” (Memoria de la Intendencia, documentos, un año en la Intendencia de Santiago, volumen 2, abril de 1873).
En cambio, el Intendente parecía soñar con una ciudad de “intramuros”, y sus asesores recomendaban la “destrucción completa de todo lo que existía”, para suprimir la especulación de terrenos. ¿Acaso una mirada filantrópica, desgarbada e influenciada por la Belle Époque?
Entretanto, los llamados “potreros del proletariado sembrados de muerte” seguían un camino zigzagueante e incómodo para su Camino de Cintura. ¿Acaso un ideario impuesto para servir a clases acomodadas; realidades que distan en la actual periferia, o como dice el dicho “de la Plaza Italia para arriba”?
Este fenómeno, complejo por cierto, escaló en pleno siglo XX hasta transformarse en cordones de miseria, poblaciones callampas y tomas de terrenos en propiedades agrícolas o sitios eriazos, gracias al aumento creciente de población, el déficit y la política habitacional de los gobiernos, la migración del campo a la ciudad, el excesivo centralismo.