1971, año marcado por agitadas protestas, proyectos políticos y conspiraciones de ambos ejes a escala mundial.
Para Fidel Castro, esa misma revolución tuvo un matiz socialista, en plena década de los ’60 y que lo trajo posteriormente a nuestro país, permaneciendo 24 días, recorriéndolo de punta a cabo, explorando caseríos, oficinas salitreras, universidades, siderúrgicas, centros petroleros y otros lugares, como siempre haciendo gala de su testaferro político e ideológico, culminándolo todo en el Estadio Nacional.
Su segunda visita, no oficial, fue diferente. Sin alfombras rojas, pues el contexto era otro en 1996. Pese a ello Fidel lució de impecable corbata y un fino y elegante traje a la altura de la Sexta Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estados y Gobiernos.
A pesar de su gran estatura se le vio más envejecido, casi moderado al hablar, caminando como si fuera a sufrir un traspié en cualquier momento. Apenas disponía de dos días en la capital, 10 y 11 de noviembre, para discutir varios temas de interés regional: gobernabilidad, cooperación, política, dimensiones internacionales y socioeconómicas, democracia y fortalecimiento de instituciones políticas, tópicos sin fervores del pasado pero que igualmente eran platicados en medio de gran pompa por 21 gobernantes iberoamericanos.
48 horas para ir y venir entre hoteles y salones de conferencias, algo que no calzaba con la idea de Gladys Marín, Secretaria General del Partido Comunista que preparaba un acto popular en plaza Almagro; no obstante ganó por más votos la idea de realizar un encuentro en El Canelo de Nos de San Bernardo el 10 de noviembre de ese año, 1996.
Y, así fue.
La comitiva fue presidida por Camino Escalona, entonces presidente del Partido Socialista que ultimó los preparativos oficiales para un arribo seguro y libre de inconvenientes para el líder cubano.
Numerosas anécdotas surgieron de esta inesperada visita a El Canelo de Nos las que son rememoradas por quienes fueron testigos directos:
“Uno de los encargados de seguridad, de nombre Julio, llamó la atención de los anfitriones, ya que a diferencia del resto del equipo no portaba armas o auriculares, sólo una maleta estilo “aviador” que al abrirla salió una extraña y despeinada perrita de nombre “Jane”.
De inmediato inició su trabajo de olfatear todo el lugar, entrometiéndose en oficinas, pasillos y salones, buscando algún artefacto explosivo o algo de similares características. En el intertanto algunos guardias se dedicaban a coquetear con las mujeres, obsequiándoles habanos de la isla y conversando sobre las bondades del buen café, más sólo a rato se escuchaba “busca Jane, busca” – recordaron
“La logística no estuvo exenta de dificultades, desde elegir un baño para el comandante, que no lo usó, hasta saber el itinerario completo de los trenes. Esto último despertó una serie de interrogantes, ¿por qué querrían saber esos horarios?”
Uno de los capitanes explicó la teoría, casi conspirativa, pero con un poco de razón: “En la noche, desde un tren en marcha, unos tipos se asoman por los convoyes y nos saludan con una bazooka”, dijo sin chistar.
Ese domingo se jugaban varios partidos clasificatorios para el Mundial de Francia, por lo tanto la atención estaba dividida entre Perú que se impuso por 4 goles a 1 frente a Venezuela.
Fue entonces que apareció la figura de Fidel Castro, caminando hacia el salón de plenarios, saludando las algarabías que se mezclaban con el ruido de un televisor encendido. Se acercó a una de las secretarias y preguntó “¿Quién está jugando?”, ella, entre risas y nervios contestó : “Paraguay y Ecuador”, “Y, ¿quién va ganando?”, volvió a preguntar, “parece que van empatando”, respondió, “pues, muy bien”, dijo alejándose tras ser escoltado.
Fue así como llegó el líder de la revolución cubana; mezclándose entre la multitud, intentando llegar al estrado que estaba franqueado por flashes, cámaras y micrófonos. De fondo la figura de Salvador Allende, escoltando una hilera de invitados e invitadas, destacando a Hortensia Bussi, encargada de leer un encendido discurso, preparado especialmente para la ocasión.
Fidel hizo gala de su histrionismo y manejo escénico, más desenvuelto que en el ruedo de la Cumbre, matizando su discurso con un dejo de paternidad, exclamando: “Realmente ustedes pueden suponer el gran impacto que me produce este caluroso, generoso y solidario recibimiento”.
Aclaró su rol como invitado de gobierno, para poner paños fríos sobre esto de no opinar sobre temas internos chilenos, más inició su alocución leyendo un panfleto anticastrista, según él, arrojado en la embajada. Esto provocó algunas risas, más por el tono del mensaje:
“…decían que había que matarme, que no podía salir vivo de aquí, y hasta ahora, afortunadamente, no ha ocurrido nada de eso. Pero vean qué letrero o qué panfleto…sólo los puercos llorarán tu ajusticiamiento, por Chile y por Cuba, muerte al perro Fidel”.
Los aplausos se multiplicaron en el salón plenario Paulo Freire de El Canelo de Nos, luego un incómodo silencio y más frases para el bronce: “…honrado de que me llamen perro, porque los perros siempre son muy fieles, y me alegro por los puercos que tal vez no tengan que llorar nada” – dijo
Su respuesta no dejo a nadie indiferente y su discurso pasó a un tono más relajado, leyéndolo hasta la última frase
“…ojalá sepan leer y escribir y hagan alguno más o menos con cierta elegancia” – concluyó con cierto desafío, clavándose en frases ignominiosas: “el bastardo más grande de Cuba que vino a morir a una tierra libre” – “…mis restos, o los pueden dejar aquí o los mandan para Cuba, en cualquiera de los dos lugares me sentiré muy honrado” – finalizó.
Su discurso estuvo marcado por un análisis político entre bloques versus hegemonismo “Yanki”, como lo llamó, con su loca carrera armamentística y propagandística.
Habló del camino integrador que América Latina necesita, destacó las cumbres y sus beneficios, a los medios masivos, la propiedad privada, la corrupción, las brechas, la deuda externa y el bloqueo económico hacia la isla.
Hilvanó sus ideas magistralmente, pese al cansancio, el calor y el constante asedio de la prensa, después de todo él era Fidel, el mismo e inagotable líder que lidió con las extrañas palabras de su amiga; la “Tencha” que elogió el proceso histórico de la isla, condenando el bloqueo, pero exhortándolo a someterse a elecciones libres, diciéndole que: “tendría un éxito que redundaría en una legitimidad internacional indiscutible”.
De esta manera se cerró este sorprendente capítulo, a propósito de su muerte a los 90 años de edad y una visita histórica perdida en los libros de historia.