Nuestra ciudad, San Bernardo, conserva en sus páginas históricas, numerosos capítulos relacionados con el mundo de la aviación y que vale la pena conocer.
Si bien, no existe a simple vista, un traspaso material e inmaterial de la aviación para ser legitimada, puedo decir con propiedad que San Bernardo necesita recuperar aquello, no sólo por sus límites territoriales que se extendían por el antiguo camino de la Polvareda, después Gran Avenida, hasta los deslindes con El Bosque de reciente data (1991).
Poner en valor los acontecimientos históricos épicos desde 1913 bien merece esta investigación inédita.
Entonces, bastaba mirar a los cielos y descubrir los primeros Blériot, Sánchez-Besa o el singular modelo “Deperdussin”; tal como en el primer festival aéreo de 1915, bautizado como “Olla de los Pobres”, con la participación de once pilotos realizando un raid de 45 kilómetros, saliendo de Lo Espejo hacia Cerro Negro, en San Bernardo, Virgen del cerro San Cristóbal y El Bosque.
Primer Festival aéreo, 1915
La aviación deba pasos agigantados, y esto provocaba numerosos accidentes, con artefactos aterrizando de emergencia o estrellándose en parcelas y potreros de San Bernardo, como el que le ocurrió al sargento García cuyo avión capotó al sur del polígono de la Escuela de Suboficiales, por falta de aceite y bencina. Se destruyó todo el tren de aterrizaje.
A raíz del teatro bélico en Europa, se prohibieron los vuelos de más de 10 minutos; era muy costoso mantener los aviones operativos y esto frenó el avance de la aviación.
Las rotativas imprimían una y otra vez nuevas tragedias; basta con saber que los primeros modelos eran frágiles diseños recubiertos de madera, cañas de bambú y textiles, difíciles de manejar.
Entre 1914 y 1916, varios pilotos murieron en acto de servicio; Francisco Mery Aguirre, Adolfo Menadier Rojas, Tucapel Ponce Arellano, Emilio Berguño Meneses, Pedro Luco Christie, y el conocido caso de Alejandro Bello Silva que nunca fue encontrado.
Teniente Francisco Mery
A este trágico martirologio es transcendental la figura de quien es considerado el primer mártir de la aviación civil nacional, el piloto Luis Alberto Acevedo Acevedo, accidentado el 13 de abril de 1913.
Tras la muerte del teniente Mery y la desaparición del teniente Bello, en 1914, se erigió en la base aérea el “Monumento a los Mártires de la Aviación Militar Chilena”, y que fue terminado en 1916 e inaugurado en 1917, con la presencia del Presidente Juan Luis Sanfuentes.
“El monumento es una escultura de bronce de 800 kilos que representa a un cóndor, realizada por Rómulo Tonti y fundida en la Escuela de Artes y Oficios de Santiago, y de un monolito de estructura troncocónica en hormigón armado sobre basamento de planta cuadrada diseñado por el ingeniero Adalberto Rojas”.
Pasaron años antes que alguien intentara una de las más grandes proezas; cruzar la cordillera de Los Andes. Hasta entonces, era sólo un sueño difícil de cumplir.
El 19 de julio de 1916, se realizó el raid aéreo Buenos Aires-Mendoza, con pilotos argentinos, uruguayos y chilenos, destacando tempranamente la figura del joven teniente Dagoberto Godoy Fuentealba que demostró ser un experto piloto.
“El primer día del concurso, renunciaron a iniciar aquella prueba los competidores de los demás países, a causa de que se creía imposible hacerlo, atendido el fortísimo viento que corría.
En medio de la admiración de todos, los tres pilotos chilenos, entre los que se contaba Godoy, sin tomar en cuenta esa circunstancia, se lanzaron al espacio dispuestos a poner de relieve la pericia y arrojo ya que no se podía esperar gran cosa de los aparatos que iban a usar.
El intento resultó como se comprenderá, inútil, pues el fortísimo viento les impidió avanzar. Durante varias horas se mantuvieron en el aire, pero se vieron obligados a aterrizar en el mismo Buenos Aires, cuando ya los viejos y deficientes aviones habían sufrido algunos desperfectos por la acción del viento.
Godoy y sus compañeros fueron, con todo, aclamados por la multitud que consideró una verdadera hazaña el que hubieran podido mantenerse en el espacio en tales condiciones.
Al día siguiente, y cuando justamente Godoy ocupaba en el mismo raid uno de los puestos de honor, hubo de abandonar la prueba en las cercanías de Mercedes, debido a que en un aterrizaje forzado a causa de habérsele agotado el combustible al motor, su Blériot chocó reciamente con un poste telefónico, quedando destrozado y sufriendo el piloto algunas heridas.
Los compatriotas que participaron con él en aquella prueba, tampoco lograron efectuar el recorrido proyectado: la poca potencia de sus aparatos y el mal estado en que se encontraban, pudieron más que su voluntad” – escribió la prensa
¡Buenos días don Dagoberto!, exclamó el boticario de la farmacia Farr de San Bernardo. ¿Qué necesita?, volvió a insistir, sin embargo el joven teniente de aviación Dagoberto Godoy, distraído, no respondió. Parecía sumido en alguna clase de pensamiento absorbente, con sus ojos perdidos en las estanterías, y no era para menos, el aviador estaba ad portas de protagonizar una de las hazañas más importantes de su vida.
Quienes interactuaban con él, notaban su menuda y desacompasada figura; con el cuerpo y la mente a punto de dejar la tierra, casi despegándose del suelo y con la mirada fija hacia la cordillera.
Tal vez, un hombre de pocas palabras, por lo general reservado a asuntos de su “alma mater”; la Escuela Aeronáutica.
Era 1918, y la primera gran conflagración mundial daba sus primeros estertores, dejando atrás una estela de destrucción masiva, dolor, y millones de pérdidas de vidas humanas, soportando además la llegada de la “gripe española”, seguramente la más mortífera epidemia nunca antes registrada.
El nuevo mapa geopolítico separó a vencedores y vencidos, renombrando también a antiguos imperios, proclamando a los cuatro vientos; “Le jour de gloire est…retourne”, sobre pesados cuños entintados.
Desde los inicios, Chile tomó distancia del conflicto e ideó un nuevo modelo industrial, sustituyendo importaciones desde Europa y promoviendo la industria nacional, estrategia que perduró más allá del término de la guerra; el viejo continente necesitaba resurgir y levantarse desde las cenizas.
Las cumbres se alzaban majestuosas sobre la capital, proyectando grandes sombras que debían ser exploradas con aviones mejores preparados, y aviadores experimentados, pilotando los invencibles Bristol británicos; aves mecánicas esbeltas y veloces.
“Durante el segundo desfile y justamente cuando hacía su presentación la Brigada de Comunicaciones, aparecieron a gran altura sobre la elipse, dos escuadrillas de aeroplanos, que evolucionaron por un cuarto de hora, presentando ante el público el fantástico aspecto de una bandada de grandes aves”
Así elogió la prensa de la época la actuación de nueve aviones sobrevolando la elipse del Parque Cousiño en Fiestas Patrias, el 19 de septiembre de 1917. Uno de esos aparatos, un Morane Saulnier, era dirigido por el aviador Dagoberto Godoy.
Durante el período 1914-1918, la importación de aviones, motores y repuestos tenía muchas restricciones a causa de la guerra. Los modelos eran anticuados, en su mayoría construidos en madera, casi desechables, por eso con mucho esfuerzo, el gobierno consiguió traer desde Argentina un sofisticado “Morane Saulnier”; ensamblado íntegramente en la base aérea de El Bosque.
La empresa de cruzar la cordillera de Los Andes era lejana y no estaba exenta de peligros.
En 1918, llegó desde Inglaterra una partida de aviones entre los que se encontró un “Bristol M1C”, diseñado en 1916 por Frank Barnwell, de motor rotatorio “Le Rhône”, utilizado en unidades de entrenamiento en Medio Oriente. Su techo de vuelo permitía una mayor altura, casi los 6.000 metros, con autonomía y rendimiento.
El arribo de las aeronaves motivó la contratación de asesores británicos e incluyó al capitán Victor H. Huston de la Royal Flying Corps, figura fundamental para armar y probar los aviones, tarea que cumplió con creces junto a los mecánicos Arturo Oakes y W. Preston.
La misión “Huston” trajo consigo múltiples beneficios e inició una era de modernización en la aviación chilena.
El sueño de Los Andes ya era posible.