Si caminamos por calle Covadonga, y buscamos el número 237, nos encontraremos con un mall chino de gigantescas proporciones; una auténtica “mole” de cemento sin identidad a excepción de unas cuantas palmeras que sobreviven sólo para recordarnos que alguna vez allí, en ese sitio, existió una verdadera casa, curiosamente declarada monumento histórico en 1992 a través del decreto N° 250:
“Considerando: que la casa ubicada en calle Covadonga N°237 de San Bernardo, por sus proporciones, riqueza de elementos arquitectónicos y ornamentales y su estado de conservación, constituye el mejor ejemplo de la arquitectura colonial con elementos clásicos, que existe en dicha ciudad, lo que amerita su preservación y declaración de Monumento Histórico…compuesta por su frente a dicha calle y las dos construcciones laterales, con sus dos pasillos cubiertos que forman una “U” conteniendo un patio central con gran vegetación”.
Es importante aclarar que la casa no existe porque fue demolida antes que se publicara el documento de la declaratoria, y por lo tanto se vendió a una cadena de supermercados que operó por varios años.
Conocida como “casa colorada”, fue uno de los mejores ejemplos de arquitectura colonial, con elementos clásicos, por sus proporciones, riqueza de elementos arquitectónicos, ornamentales y su excelente estado de conservación.
Fue construida por don Belino León Prado, sobre un terreno de 2.638 metros cuadrados en el año 1886, con cimientos de piedra, ladrillos, adobe, pino oregón y caoba.
El piso tenía finos azulejos europeos y las paredes del zaguán estaban pintadas al mejor estilo de renacimiento italiano, con grecas y moldes.
Pasando el corredor se llegaba a un finísimo comedor adornado en estilo provenzal, muy campestre, acogedor y armónico, continuado por un típico patio chileno en forma de “U”, construido con ladrillos, pilares de pino oregón sobre una base de piedra, y al centro numerosos árboles frutales, palmeras y enredaderas que llegaban hasta una pila de agua.
Una cerca de madera separaba la casa principal de la chacra con los infaltables árboles frutales; higueras, nogales, castaños y olivos.
“Siguiendo el estilo, todo el piso es de tablas anchas, las ventanas con tragaluces y postigos, y las seis que dan a la calle, con rejas de fierro forjado hechas a mano. Toda la cerrajería es importada y las perillas, de losa blanca. Asimismo, las puertas interiores van llenas de molduras y las tejas del techo, que no se ven desde el exterior, son las típicas chilenas de greda.
A esto hay que agregar que la casa es entera entarugada, tal como se usaba en aquellos días” – contó María Isabel Williamson, una de las últimas moradoras.
En la década del ’20 la propiedad fue comprada por Guillermo Williamson de la Barrera ante la insistencia de sus suegros quienes eran dueños del Molino de San Bernardo.
La familia Williamson-Dávila prosperó y muy pronto llegaron más hijos, uno de ellos fue Alejo, que nació el 17 de junio de 1925.
La existencia material e inmaterial de la casa no puede dejarnos indiferentes; más bien debe invitarnos a reflexionar respecto a qué estamos haciendo hoy para salvaguardar nuestra memoria histórica.
Lo vemos cada día, en el deterioro, desaparición y olvidó de monumentos históricos y arqueológicos; la estación de ferrocarriles, el pucará de Chena, la Maestranza de San Bernardo, por nombrar algunos casos emblemáticos, sin contar aquellos de interés histórico, como el teatro Municipal.
La casa Williamson vio crecer a un hombre que se atrevió a seguir los pasos de Dagoberto Godoy, al cruzar la cordillera de Los Andes por su parte más alta en planeador, un día 12 de diciembre de 1964
La aventura de Alejo Williamson empezó en el aeródromo Lo Castillo, a bordo de su nave, un planeador Blanik L-13, matrícula CC-K7W. Una avioneta lo remolcó hasta cierta altura, antes de dejarlo a merced de las macizas y vistosas cumbres cordilleranas.
Un planeador, a diferencia de un avión, no tiene motor, por eso requiere ser enganchado a una avioneta y así alcanzar cotas altas en “vuelo libre”, “surfeando” las corrientes de aire, alcanzando distancias de más de 3.000 kilómetros a 15.000 metros de altura gracias a su estructura ultra liviana.
En 1961, una bandada mixta de la Dirección de Aeronáutica y el Club de Planeadores volaron entre Santiago y Arica, ida y regreso, batiendo el récord mundial de remolque en planeador biplaza que cubrió 4.000 kilómetros en un tiempo de más de 34 horas y 2.800 metros de altura como promedio; raid nunca antes visto en todo el mundo.
Los protagonistas de esta aventura fueron los pilotos civiles Ociel Aravena, Jürgen Kunze, y Alejo Williamson a bordo de un Blanik remolcado por un biplano Stearman apodado “El Pirulo”. Otra información asegura que fue un biplano naval Aircraft NAF N3N-3, ambas exhibidas en el Museo Nacional Aeronáutico y del Espacio.
“Hubo ciertos tramos de la ruta en los cuales se debió realizar desviaciones a fin de evitar los bancos de nubes y unas fuertes turbulencias. Se sobrevolaron amplias extensiones sobre el Pacífico, cuando ya se habían cubierto las dos terceras partes de la ruta.
El planeador, además del peso de sus dos tripulantes, llevó una carga de 20 kilos, consistente en herramientas, repuestos, elementos de primeros auxilios, etc.” – publicó la revista “En Viaje”
Durante los raids, las autoridades aeronáuticas prohíben los actos de acrobacia, por seguridad, sin embargo los planeadores gozan de otra ventaja, pueden hacerlo, siempre que cumplan con las especificaciones técnicas; tripulación de dos personas y peso máximo, admitiendo ciertas evoluciones acrobáticas, como barrena, rizo, vuelta, Immelmann, renversement, vuelta invertida, tonel, entre otros “lujos” que ayudan a soportar largos y extenuantes viajes.
Cuentan que en una de las etapas de la ida, cerca de Iquique, el planeador llegó a unas laderas, y a 1.500 metros de altura fueron alcanzados por cinco cóndores que los acompañaron por varios kilómetros sin despegarse de ellos, atraídos por el silencio de esta exótica “ave metálica gigante”
El modelo “Blanik” es de origen checoslovaco, diseñado por Karel Dlouhy para la fábrica LET en Kunovice. Después de la Segunda Guerra Mundial la fábrica fue nacionalizada. En 1967 fabricaron aviones de entrenamiento para Unión Soviética, y planeadores de la serie Blanik (década del ’50), produciendo unas 3.000 unidades, exportadas en su mayoría a Europa y Norteamérica.
Fue desarrollado para instrucción básica y acrobática de vuelo, producto de avances aeroespaciales soviéticos de altos estándares, resistentes, duraderos, económicos y fáciles de operar.
*Imágenes: Revista "En Viaje", revista "Vivienda y Decoración"