Es tarde y Misael Corvalán Lillo continúa atrayendo melodías al piano. Lo hace de forma inexpugnable, en una sola danza de figuras invisibles que nacen desde sus virtuosas manos.
Y, emociona saber que su historia es única, porque la lleva grabada en la sangre, como heredero directo del apellido “Lillo”, vinculado a literatos, músicos e intelectuales; por esa misma razón, no es extraño que haya sido el único y último…pianista del mítico “Hotel Carrera”, un verdadero “Titanic” de la época; testigo exclusivo de la bohemia capitalina, y de grandes hitos políticos, entre ellos el bombardeo y asalto a La Moneda para el Golpe de Estado. Desde sus ventanas varios reporteros inmortalizaron aquel fatídico día.
Su estampa glamorosa, envuelta en mármol, bronces y finos tapices, esconden muchos secretos, hoy reconvertidos en oficinas estatales y ministeriales.
Si bien, falta aquella postal que lo encumbró como un verdadero ícono de Art Decó, nunca ha dejado de sorprender. Por sus pasillos caminaron figuras como la Reina Isabel II de Inglaterra, el Papa Juan Pablo II, Diego Armando Maradona, Alain Delon, Indira Gandhi, Lech Walesa, Ricardo Montalbán, Charles de Gaulle, Neil Armstrong, María Félix, Libertad Lamarque, Plácido Domingo, Julio Iglesias, John Wayne, Clark Gable, Jorge Negrete y un largo etcétera, que seguramente es custodiado en un nutrido libro de visitas ilustres.
Misael Corvalán Lillo, el último pianista del hotel Carrera, entre 1981 y 2001, conserva décadas de memorias y anécdotas, como observador privilegiado; acompañado siempre de su piano:
“Conocí a Ray Charles y toqué para él ‘Georgia on My Mind’. Se acercó lentamente y me dijo ‘beautiful song, beautiful’”.
En otra ocasión tuvo el honor de encontrarse con el maestro Claudio Arrau, y reconoce que es una de las historias que más impacto ha causado en su vida. Haber observado con detención su piano mientras era preparado, y haber estrechado sus suaves manos, confiesa.
El viaje de Arrau a Chile estuvo plagado de misteriosas historias, en mayo de 1984, al ser custodiado de cerca por la CNI, en medio de un clima de constante incertidumbre y peligro. Revisaban su comida y todos los regalos que recibía de sus admiradores que eran investigados. La orden era estricta “nadie podía subir al piso 11”
La visita procuró no mostrar condescendencia hacia Pinochet, y por eso rechazó condecoraciones, actos y homenajes.
Según el libro “Cuatro aproximaciones al arte de Arrau”, de Héctor Vasconcellos; “Pinochet anunció que asistiría a uno de sus conciertos”, pero el pianista se opuso rotundamente; “dijo que en ese caso no tocaría”, y mucho menos la canción nacional cuando entrara al palco. Este hecho produjo una tensión inevitable y el maestro tuvo que aceptar su presencia, eso sí…”sin protocolos”, “de tal manera que Pinochet asistió de una manera casi anónima”, escribió.
Misael recuerda con especial cariño al “Carrera”, a pesar que ha trabajado en los más importantes hoteles de nuestro país:
“Soy un pianista con pasión. Desde una edad muy temprana comencé mi carrera lo que ha permitido construir un amplio repertorio, perfeccionando mi sonido y estilo deseando que mi música a través de mis interpretaciones sea del total agrado de la audiencia, logrando una perfecta unión entre el pianista y su público”, dice, recordando a esos clásicos “Piano Bar”.
Mientras conversamos, no puedo dejar de imaginar el disco de Charly García “Piano Bar”, de 1984, y la canción del mismo nombre: “se ha abierto un piano bar, ¿será que nací en el sur?, ¿será que encendí la luz?”, y las penumbras, el neón, la luz que titila en la ciudad; después de todo, ¿cómo será aquel espectáculo luminoso desde el piso 17 del hotel Carrera?.
Misael lo sabe, y muy bien.
“¡Misael, escribe un libro, contando todas esas historias!” – le digo, pero desvía la mirada hacia su piano Yamaha, de sonido insuperable que sólo cobra vida en manos de un experto como él, no por nada ha trabajado en los más prestigiosos hoteles de nuestro país; Santiago Park Plaza, Plaza El Bosque, Radisson La Dehesa, Boutique The Aubrey, Sheraton, Cumbres de puerto Varas, Ritz Carlton, y el más querido de todos, el hotel Carrera.
En su caja de recuerdos encuentra la credencial de la séptima Cumbre Presidencial Grupo de Rio; octubre de 1993. En la fotografía viste de impecable gala; camisa blanca, traje negro con su respectiva humita sobre un fondo bermellón, la bandera chilena y el distintivo de la cita de jefes de Estado, y más abajo se lee: “Cargo: Músico Pianista, Hotel Carrera”
Lo miro borronear un pentagrama musical, luego vuelve al teclado, recorriéndolo con maestría, sin pausa, y sin equivocación:
¿Qué es para ti la música?
“La música para mi es una expresión de emociones y sentimientos, una forma de comunicación universal que trasciende barreras culturales y lingüísticas. Como pianista siento que el piano permite conectarme de manera profunda con la música y transmitir mis propias experiencias y emociones a través de las notas y melodías”
¿Qué música prefieres?
“Me gusta una gran variedad de estilos musicales, pero es de mi preferencia la música clásica”
¿Cómo fueron los comienzos?
“Soy un pianista profesional especializado. A la edad de 8 años comencé mis estudios de música. Mi formación académica cuenta con años de estudio en el conservatorio, además de forma particular recibí cursos de perfeccionamiento por reconocidos profesores de piano, lo que me ha permitido desarrollar habilidades de interpretación y pedagogía” – comenta
Definitivamente. La música navega por su sangre, literalmente, gracias a su apellido “Lillo”, y su parentesco directo con Eusebio Lillo Robles; periodista, poeta, político, a quien debemos la letra de nuestra canción nacional.
La singular historia nace con el primer himno nacional, en 1819, bajo mandato supremo de O’Higgins, escrito por el argentino Bernardo de Vera y Pintado.
Buscar los acordes no fue tarea fácil, por esta razón la letra fue acompañada, en primera instancia, por la música del himno nacional argentino. Posteriormente se encomendó a Domingo Arteaga, militar y edecán de O’Higgins que intentó encontrar al mejor compositor, sin embargo fracasó en el intento pues el músico peruano José Ravanete “no dio el ancho” ante tal empresa y adaptó una melodía anti-napoleónica (a propósito de la invasión a España), elementos disonantes que nunca funcionaron.
Con todo, el esfuerzo valió la pena. El resultado fue una canción atrevida e insultante contra la corona española, muy de moda en esa época:
“El cadalso o la antigua cadena / os presenta el soberbio español: / arrancad el puñal al tirano / quebrantad ese cuello feroz”
Rápidamente Arteaga cambió el rumbo y encargó el trabajo al músico Manuel Robles. Éste consiguió entusiasmar con su nueva música por su “facilidad de ejecución, sencillez sin trivialidad”, como escribió José Zapiola.
El primer himno (o “Marcha Nacional”), debutó el 20 de agosto de 1820 en el teatro de Domingo Arteaga, ubicado en Compañía con Plazuela O’Higgins, y se cantó por un par de años.
Hubo otros intentos por derrocar esta patriótica cruzada como la del argentino Juan Crisóstomo Lafinur, sin éxito, afortunadamente.
Con tintes más “líricos”, el ministro plenipotenciario en Londres, Mariano Egaña reemplazó el carácter popular de Manuel Robles, encargándole la composición al maestro de música español Ramón Carnicer, pero manteniendo el texto de Vera y Pintado.
El texto fue enviado desde Inglaterra a nuestro país con el rótulo “Himno Patriótico de Chile”, y es probable que haya sido presentado en 1828 durante un concierto de la Sociedad Filarmónica de Santiago, con cierta resistencia, porque el público todavía entonaba el himno anterior, pero paulatinamente el nuevo fue ganando popularidad.
Después del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con España, en 1844, se alzaron muchas voces que reclamaron el carácter ofensivo de la canción nacional para los españoles, consiguiendo el beneplácito y apoyo de los medios de comunicación de la época, hasta 1847 donde el presidente Manuel Bulnes cedió a las presiones, prefiriendo “apaciguar a los españoles como corolario de las relaciones diplomáticas”, proponiendo para ello al poeta Eusebio Lillo Robles el nuevo texto.
El himno nacional quedó compuesto por música de Ramón Carnicer, coro de Vera y Pintado y letra de Eusebio Lillo, cantado por primera vez el 17 de septiembre de 1847.
“Puro, Chile, es tu cielo azulado / puras brisas te cruzan también / y tu campo de flores bordado / es la copia feliz del Edén”
Posiblemente, sea la canción más conocida y exitosa de toda nuestra historia, aquella que nos hacían cantar los días lunes en el colegio, y que hace temblar los estadios de fútbol por su patriótica interpretación a todo pulmón y “a capela”.
Fue necesaria esta introducción histórica para señalar que Misael Corvalán Lillo, con mucho orgullo, es uno de los descendientes directos de Eusebio Lillo (1826), casado con Mercedes Luco Herrera y padre de Elena, Eusebio, Eva, Enrique, Luisa, Elías, y Alfredo Lillo Luco. Este último se casó con Amalia Ebner Martínez, y tuvieron un hijo; Alfredo Lillo Ebner, quien contrajo nupcias con María Correa Montt, pero se unió, fuera del matrimonio con doña María Marín Miranda. Gracias a eso, nació Hilda Eugenia Lillo Marín, madre de Misael.
Eusebio Lillo, “paterfamilias”, no sólo nos legó la canción nacional, sino que además escribió valiosas obras literarias y poesías, reunidas en un libro publicado en 1923 por editorial Nascimento, con una magnífica introducción de Carlos Silva Vildósola, escrita en 1905. Recordemos que Eusebio Lillo Falleció en 1910.
En esa ocasión le preguntó sobre la canción nacional: “yo no quería escribirla, pensaba que un Himno Nacional no se debe cambiar. La de Vera era hermosa y representaba el período heroico de nuestra historia. Comencé por esto a escribirla sin ganas y esto se nota en la primera estrofa que es forzada, que no tiene soltura ni movimiento…’ha cesado la lucha sangrienta’.
Conservé el coro de Vera, por supuesto. Y después de la primera estrofa, sentí que la cosa iba más fácil y más espontánea. Esto se nota muy bien leyendo la canción. La primera estrofa es la peor de todas”– confesó
Como en una larga canción, Eusebio Lillo ilustra con su voz poética verdes paisajes, poblados de juncos, resedas, madreselvas y violetas, asimismo evoca recuerdos de ciudades, envía numerosas dedicaciones, compone sonetos y crea intensos poemas, como “El Alba”:
“Las nieblas que en la atmósfera se mecen / Ante la luz se ocultan con espanto, / Y el céfiro fugaz suspira, en tanto / Que del arroyo los susurros crecen. / Anunciando del sol las rojas huellas / Domina el alba la empinada cumbre / Dorando flores y ahuyentando estrellas”
Eusebio Lillo comenzó su carrera literaria a temprana edad, obteniendo importantes reconocimientos y premios, oficiando también como periodista y corresponsal.
Participó activamente en la vida política, y en 1875 fue alcalde de Santiago y un año después ejerció como intendente de Curicó. Fue mediador de paz y ministro plenipotenciario en Bolivia (1880), Ministro del Interior al comienzo del gobierno de José Manuel Balmaceda, y aceptó escribir la letra de la canción nacional en 1847.
Misael reconoce con entusiasmo su parte de la historia y sobrepone el legado hacia las nuevas generaciones. No en vano está trabajando en el rescate patrimonial de un viejo himno de San Bernardo, escrito por Venera Orostegui San Martin, para una centenaria escuela del sector Rinconada de Chena; Teresa García Huidobro, que jamás ha sido cantada en sus aulas, y que hoy, después de más de cien años, renace en manos de este compositor que supo retomar su esencia, adaptándola al presente, pero conservando su raíz tradicional.
Atrás quedó la mampara del hotel Carrera, el lustre, la elegancia de aquel tiempo, tal vez el piano guardando polvo, el aire atrapado en algún viejo cuarto; todo eso, y más.
Pero a Misael ya no le importa. Sabe que es el último pianista, y el primero de su familia que porta el legado inmortal de la música, y la importancia de su estirpe; Lillo, simplemente…Lillo.