Por: Marcelo Mallea H.-
¿Por qué la calle San Alfonso lleva ese nombre? La historia detrás de su denominación es fascinante. Nace de la necesidad de dar cobijo a un grupo de 45 estudiantes de teología, quienes ya no cabían en su residencia original. Las precarias condiciones de Santiago, con su atmósfera malsana, deficientes condiciones higiénicas y constante ruido, también impulsaron la búsqueda de un nuevo espacio.
La búsqueda se centró en lugares cercanos a la ciudad, pero que a la vez ofrecieran un ambiente más tranquilo y saludable. La cercanía al río Mapocho era un factor importante, al igual que la presencia de montañas y aire puro.
La respuesta a la necesidad de un nuevo hogar para los estudiantes de teología llegó desde Ecuador. La expulsión de varios sacerdotes por parte del dictador Ignacio de Veintemilla, entre ellos el Presbítero Eliodoro Villafuerte, impulsó la búsqueda de un nuevo hogar.
Al llegar a Chile, Villafuerte, con una gran visión, adquirió un terreno en San Bernardo y colocó la primera piedra del nuevo seminario el 2 de abril de 1889. Dos años más tarde, la construcción ya estaba lista para recibir a seis seminaristas ecuatorianos, también víctimas de la represión en su país.
Así, sentaron las bases de la “Congregación de los Oblatos del Sagrado Corazón”. Al cabo de pocos meses todos regresaron a su patria tras el fin del destierro.
Don Eliodoro quedó profundamente entristecido. Su primer pensamiento había sido buscar una congregación misionera que se hiciera cargo del seminario, pero la tarea no resultó fácil.
Ante el rechazo de las órdenes religiosas, don Eliodoro recurrió a Ramón Subercaseaux, ministro plenipotenciario en Alemania, para que le ayudara en su búsqueda. Don Ramón contactó a doce órdenes religiosas, pero la respuesta volvió a ser negativa.
El administrador de los Talleres “San Vicente” se interesó en adquirir el predio, pero el señor Villafuerte se negó a arrendársela, manteniendo de esa manera su férrea voluntad de facilitársela a una comunidad apostólica.
Buscó en Europa, se la ofreció a los Padres Carmelitas, a los Pasionistas; en resumen, iba sumando fracaso tras fracaso. La Curia de Santiago supo de esta situación, y le hablaron de los “Hijos de San Alfonso”, y el desinterés de los Redentoristas por hacer el bien, “llevados únicamente por su amor a las almas y a la gloria de Dios”; por otro lado, los edificios ya se iban deteriorando y era necesario buscar pronto a sus nuevos inquilinos.
El señor Villafuerte, objetó y condicionó su decisión, advirtiendo que no iba a permitir una especie de “quinta de recreo”, para jóvenes estudiantes en busca de vacaciones: “Mi casa, que me ha costado tantas amarguras y sacrificios, será habitación de apóstoles, o no será nada” – dijo
Meses después, uno de los vicarios generales insistió, y la respuesta de don Eliodoro lo sorprendió: “Con gusto posesionaré mi predio a los discípulos de San Alfonso, ya que por vocación son misioneros de los pobres y desamparados, pero mi condición ineludible es que no lo conviertan en casa de campo, porque a esto no me doblaré nunca”
Las aprehensiones desaparecieron cuando conoció al Padre Paris, rector del convento de San Alfonso; ahí entendió que el verdadero afán era instalar una casa de estudios; “En tal caso, mis prevenciones se desvanecen, y mi propiedad es suya. Veo claramente que ésta es la voluntad de Dios” – dijo el donante
El 30 de julio de 1898 llegó el momento tan esperado: la orden de habitar el convento. Sin embargo, los primeros en ocuparlo no fueron los religiosos, sino los militares. Ante el temor de un conflicto bélico con Argentina, el gobierno chileno había decretado una movilización que incluía el uso de infraestructura civil como cuarteles de guerra.
Así, el convento recibió a 500 huéspedes inesperados: aspirantes a oficiales del ejército. La presencia militar generó una gran incertidumbre entre los religiosos que esperaban mudarse. Nadie sabía cuánto duraría la ocupación ni en qué condiciones encontrarían su futuro hogar.
Afortunadamente, el conflicto bélico no se concretó y la tensión disminuyó. El gobierno ya no necesitaba el convento como cuartel, por lo que los militares lo desalojaron y regresaron a sus regimientos. Con un gran alivio, los religiosos pudieron finalmente mudarse.
Poco a poco, el convento se fue transformando en un lugar verde y lleno de vida. Los árboles ofrecían sombra y frescura, el huerto producía alimentos y las flores adornaban los jardines. Para ellos, el trabajo manual no era solo una tarea, sino un símbolo del esfuerzo y la dedicación necesarios para construir un futuro mejor.
La obra, que había comenzado con cinco novicios, tres sacerdotes y dos hermanos, finalmente floreció en el lugar prometido.
Semanas más tarde arribó a la estación de ferrocarriles el mobiliario conventual y un primer grupo de teólogos. A octubre de 1898, 46 seguían sus estudios eclesiásticos y 17 ya los habían cursado, y en un lapso de 18 años, 78 jóvenes redentoristas estaban adiestrados en las ciencias sagradas. Sólo algunos se quedaron en el país, otros decidieron evangelizar en Perú, Colombia y Ecuador.
Historia aparte es la construcción de la iglesia. El 3 de septiembre de 1900 se dibujó en el suelo un trazado y se abrieron los heridos.
El 16 de septiembre de ese mismo año, se colocó la primera piedra. A comienzos de 1902 se podía ver su estructura sólida e imponente con las banderas de Chile y Francia ondeando al viento, en una sola nave de 45 metros de largo y 15 de alto. La torre, de 45 metros, se terminó en diciembre de 1903.
Desde Bélgica llegó el altar de San Alfonso, y el altar mayor, cuya base y retablo eran de finísimo mármol y encina. Los vidrios fueron importados desde los afamados talleres de Reims.
Para concluir, en San Bernardo se declaró una de las peores epidemias de viruela; los redentoristas cedieron gustosos las dependencias del convento para levantar un lazareto y atender a los enfermos.
Como recompensa, la municipalidad bautizó a la calle contigua del convento con el nombre de “San Alfonso”.
Otro dato interesante es que, en su juventud, Víctor Jara ingresó al seminario de los Redentoristas, permaneciendo por un período de dos años; “Sí, quería ser cura. Fue algo muy serio.
Fueron dos años de mucho estudio, de mucha concentración. Ahí fue donde aprendí música; había un coro, y por supuesto, cantaba ahí” – (Víctor Jara, Hombre de Teatro, Gabriel Sepúlveda Corradini)
El terremoto de 1985 azotó con fuerza la ciudad, dejando huellas imborrables en la torre de la iglesia. A pesar de su impacto, la estructura resistió, desafiando las predicciones y sorprendiendo a todos.
Lo curioso es que esta misma torre había sobrevivido a sismos de mayor magnitud en el pasado. Según cuenta el mito urbano, incluso existió un plan deliberado para dinamitarla y hacerla desaparecer.
La nave central, aún hoy en pie, continúa siendo un punto de encuentro para la comunidad.

Construcción campanario del Seminario