San Adolfo todavía es un caserón que oculta numerosos secretos entre refinados objetos de arte y muebles comprados en el viejo mundo, como por ejemplo una extraña mesa de fierro forjado con representaciones zodiacales y figuras de ángeles y demonios que remonta la vieja historia de por qué nadie ha podido removerla de su lugar, justo en medio del pasillo que conecta todo el segundo piso. Entonces, para transitar es necesario rodear la estructura, sin siquiera tocarla, tal vez para no influenciarse sobre la maldición que pesa sobre ella.
Todo comenzó durante la Segunda Guerra Mundial, etapa que dio inicio a la construcción de la casa patronal, diseñada por Osvaldo Fernández Larraín y concluida en 1949 junto al connotado arquitecto Eduardo Costabal Echeñique, el mismo que diseñó la clínica Santa María en 1937 y la capilla del convento de las Carmelitas Religiosas de Providencia en 1943.
La casa principal está edificada en una superficie de 1.500 metros con una nave principal de 800 metros, de marcado estilo español.
En la entrada llama la atención una maravillosa escultura de mármol de Carrara, de aproximadamente dos metros de altura, que representa a Pablo y Virginia, protagonistas de un famoso texto de la literatura francesa; sólo existen dos réplicas en nuestro país, una se encuentra en el Club de la Unión y la otra en el casino de Viña del Mar, obras del escultor italiano Tierzo de Malpieri.
Aquí, se levantó una hermosa capilla con un Cristo de madera, obra de Domingo García Huidobro. Todo el conjunto religioso fue bautizado para honrar a Juana Enriqueta Josefina de los Sagrados Corazones Fernández del Solar, más conocida como “Santa Teresa de Los Andes”, porque Osvaldo Fernández Larraín, el dueño original del fundo era su primo hermano, por lo tanto ella visitaba habitualmente el sitio.
El único objeto que desentona es la bullada mesa ya que dícese que quien intente cambiarla de lugar, sufrirá un terrible accidente. De esto, numerosas víctimas dan fe al desencadenarse una serie de eventos casi fatales, coincidentes entre sí.
Así la mesa se ganó el infame rótulo de “embrujada”, y con justa razón. La leyenda cuenta que sobre la superficie se realizaban reuniones para hablar con los espíritus.