Por: Marcelo Mallea H.

E l joven estudiante Pablo Neruda, mucho antes de su reconocimiento, vivía en una pensión de calle Maruri en el número 513: “la vida de aquellos años en la pensión de estudiantes era de un hambre completa”, escribió el poeta en sus memorias, reconociendo que escribió mucho más de lo que comió.
Fue de esta manera que conoció al poeta Romeo Murga con quien viajó a San Bernardo con la intención de leer sus poesías, aprovechando los Juegos Florales que se celebraban en la plaza y que culminaba con la coronación de la reina.
Tras breves presentaciones de grupos musicales del pueblo, entró a escena el poeta Pablo Neruda que comenzó a leer con voz profunda y quejumbrosa. Los parroquianos comenzaron a perder la paciencia con tosidos y “chirigotas” a medida que iban riendo.
Ante la nefasta escena, Neruda decidió apurar su lectura y dejar sitio a su amigo Romeo Murga, descrito como un “Quijote de dos metros de altura”, con ropa oscura y raída que leyó con voz aún más quejumbrosa.
El público, con actitud barbárica no pudo “contener su indignación”, comenzando a gritarles toda clase de improperios, conminándolos a irse del lugar bajo consignas de “¡poetas con hambre!, ¡váyanse, no echen a perder la fiesta!”.
Claro está que Neruda nunca volvió al pueblo de San Bernardo, pero sí lo hizo Romeo Murga quien se convirtió en un vecino más, a tal punto que encontró la muerte a temprana edad y sus restos descansan en el Cementerio Parroquial de San Bernardo.

Romeo Murga y Pablo Neruda hacia 1922