Todo un orgullo recordar a don Manuel Jesús Escobar, el primer maquinista chileno, principalmente porque trabajó en la estación de San Bernardo en 1857, girando la tornamesa de las locomotoras.
En 1958 fue nombrado fogonero y en 1864 maquinista, hasta el 1° de noviembre donde ascendió a “Maquinista de Primera Clase”, en el expreso a Talcahuano, comandando la famosa “Santiago N° 3”, labor que realizaba con cierta dificultad en una de sus piernas, producto de una caída en sus días de fogonero.
En esos años, la mayoría de los maquinistas eran ingleses y ganaban un sueldo de $ 125 mensuales, mientras que él sólo $ 60. Esta injusticia la hizo saber a sus superiores, y con tanta indignación que cambió simbólicamente su apellido de “Escobar” a “Mr. Escobinson”; esta gracia le valió el reconocimiento de la empresa y su sueldo subió $ 15 mensuales más.
En 1884 residió en Chimbarongo trabajando como Caminero de la 3° División, eso sí con mucha tristeza al abandonar su pasión como maquinista.
En su diario de 1899 él nos cuenta:
“Fui a la Casa Redonda a guardar silenciosamente mi antigua compañera, la máquina “Santiago”, y al retirarme, emocionado, di mi último adiós a mi vida verdaderamente activa, la que dejaba en fuerza de una enfermedad que lentamente me inutilizaba.
En seguida me despedí de cada uno de mis compañeros de trabajo, olvidando en ese instante solemne rivalidades, ofensas y rencores.
La nueva ocupación la encontré al principio suave y llevadera, pero luego la inclemencia de algunos parajes por el excesivo calor, vientos y lluvias, me hicieron tomarle el peso a este nuevo trabajo.
Y también hay sus peligros, como cuando se va en carro de mano y se siente o se divisa que se aproxima un tren; en tal caso no hay más que correr a hacer las señales de peligro y sacar con precipitación el carro para evitar el accidente.
En el puesto de caminero, muchas veces, cuando uno se entrega al sueño para restaurar las fuerzas, se despierta sobresaltado, con los golpes que da precipitadamente el sereno de estación: ¿Qué hay?, se le pregunta.
Señor, en el kilómetro tal se desrieló el tren.
Con rapidez del relámpago hay que levantarse, desafiando el frío, la lluvia y la tempestad, y en seguida reunir gente y elementos para auxiliar el tren descarrilado, recoger las víctimas del siniestro, si las hay, y después echar raíces en aquel sitio hasta dejar la línea expedita.
Si hay una lluvia prolongada, se duplican los trabajos y los temores, los esteros y los ríos se convierten para nosotros en enemigos implacables que nos amenazan por distintos puntos a la vez. Sin embargo, a pesar de mis enfermedades, tuve también la suerte de ascender desde caminero de 3° clase, sucesivamente, a caminero de 1° clase en 1892.
El día 15 de septiembre de 1895 fui llevado a Santiago de Jefe de la herrería del departamento de ingenieros.
La enfermedad de mis piernas me fue inutilizando poco a poco hasta no permitirme desempeñar el puesto de Caminero.
Hace dos años, en el mes de noviembre de 1896, dirigiéndome un día para la herrería, em encontré con cuatro máquinas que venían del sur para componerse, entre ellas descubrí a mi máquina “Santiago”, que ahora tiene el nombre de “Pelequén” N° 62, pero, aunque se disfrazaba bajo otro nombre, inmediatamente la reconocí; le faltaban muchas piezas y revelaba vejez y abandono. En el acto comparé su estado con el mío; cuando fuimos jóvenes, la suerte nos sonreía, hoy, que estamos viejos, se nos desprecia por inútiles.
Pero no pasó mucho tiempo sin volverla a ver arreglada y gallardamente pintada y entonces me dije yo: ¡cuánto me equivocaba al comparar mi suerte con la suya!. Ella está rejuvenecida y yo siempre el mismo, sin esperanzas de mejorar de fortuna y, por el contrario, cada día más viejo y más enfermo.
Resumiendo esta fatigosa narración, tenemos que en el presente año de 1908 he cumplido cuarenta y un años de servicios no interrumpidos.
He visto al correr de mis años desarrollarse paso a paso la Empresa de los Ferrocarriles desde su cuna, por decirlo así, hoy que forma un vasto elemento de progreso para el país.
Cábeme a mí la honra de haber sido en esta Empresa y en toda la República, el primer maquinista chileno”.
Don Manuel vivió hasta el final de sus días, en Chimbarongo.
*Imagen portada: Locomotora La Copiapó (Caldera, Chile) - Obras Ilustradas Año: 1900 - Colección: Museo Histórico Nacional