El día 17 de julio de 1955, en la ciudad de San Bernardo, ocurrió una de las tragedias más dolorosas en nuestro país.
En la Estación, esa mañana gris y llena de neblina, se encontraba estacionado el tren de pasajeros N° 3, con destino a San Rosendo. Había salido desde Santiago a las 08:00 hrs. de la mañana, llegando a las 08:17 y debía haber permanecido 1 minuto en la Estación, saliendo a su destino a las 08:18 hrs., pero se retrasa 35 minutos, porque un tren de carga, el 204, no pudo continuar camino por excesivo peso, que su locomotora no pudo arrastrar. En su ayuda acude el tren 210.
Además, se esperaba el paso del tren procedente de Talcahuano, con destino Alameda.
A las 08:18 parte de Santiago, con destino a Pichilemu, el tren de pasajeros N° 11, impulsado por una potente locomotora, la “Mikado”N° 842, que arrastra 11 vagones.
La línea N° 2 permaneció ocupada hasta las 08:54, hora en que se anuncia la salida del tren a San Rosendo…
Un minuto después irrumpe el tren N° 11, cuyo maquinista no advierte las luces de señales que le impedían ocupar la vía. Según su relato posterior, una intensa neblina le impidió ver la emergencia.
Al constatar la inminencia de la colisión, aplicó los frenos, pero ya era tarde y a las 08:56 se incrustó en los dos últimos carros del tren N°3, de tercera clase, principalmente constituidos de madera.
El saldo fue de 40 muertos (38 en un principio), incluida una mujer que murió aplastada por una reja, la cual cedió al ser copada por una multitud de personas que se agolpó para saber del destino de las víctimas. Hubo 58 heridos…
La mayoría de los heridos fue atendida en el Hospital Parroquial de San Bernardo, donde se destacó el rol benefactor de la monja Ana Camila Álvarez, Sor Camila, a cargo del pabellón de los ferroviarios.
En el sitio de la tragedia, se hizo presente el Presidente de la República, don Carlos Ibáñez del Campo, el Subsecretario del Interior y otras altas autoridades.
Luego de los hechos ocurridos, se designó Ministro en Visita al Juez de la Corte de Apelaciones, Señor Remigio Maturana Maturana, quien inició las diligencias investigativas, interrogando al maquinista de la máquina Mikado, al Jefe de Estación, a los altos funcionarios de FF.CC. del E. y al Presidente de la Federación “Santiago Watt”. Este último afirmó que hubo alteración en el sistema de señales y culpó a los movilizadores y al Jefe de Estación.
El maquinista aseguró que vio luz verde al ingresar al recinto de la Estación (antes señaló que había neblina)…
Luego de las primeras diligencias, el Ministro declaró reo en libre plática al maquinista. También concurrió con éste a la reconstitución de escena y luego verificó que el sistema de señales no podía ser alterado, gestión que hizo acompañado del Jefe de Estación y el movilizador.
Después de un largo sumario sustanciado, se absolvió a los últimos mencionados, excepto al maquinista, luego que se estableció que había luz roja, señal de impedimento de vía libre.
Sin embargo, la prensa de la época, con titulares sensacionalistas, amarillistas, explotando el morbo y el sufrimiento de los familiares de las víctimas, publicó imágenes truculentas, carentes de toda ética y consideración hacia los dolientes. Además, sin pruebas y sin que hubiese terminado la investigación, azuzó a la gente en contra de las autoridades a cargo de FF.CC. y derrochó su espíritu morboso, acusándoles de ser culpables de tanta muerte y dolor…Ha sido una constante, que se repite hasta nuestros días, el desempeño de periodistas venales, en busca de figuración y créditos, que los empuja, irracionalmente, a emitir juicios (o prejuicios) relativos a determinadas y delicadas materias. Ojalá que el profesionalismo prime en adelante…
RAUL TIBERIO VALDIVIA SAN JUAN, de 50 años en ese entonces, funcionario de FF. CC. por 30 años, con una hoja de servicios impecable, casado, padre de 15 hijos (en esa época 14 vivos), sufrió la tragedia en carne propia. Fue acusado injustamente de negligencia. Nunca pudo superar el dolor que significó el escarnio que vivió.
Él era el Jefe de Estación y cumplió cabalmente con los procedimientos y reglamentos establecidos. Él no juzgó culpabilidades de nadie, sólo señaló la falta de rigurosidad respecto a las formas que se debían seguir. Él vivió con esa amargura por muchos años y no se quiso referir a ese suceso.
Él era mi padre y yo, Enrique Alfonso Valdivia Silva, era el menor de esos 14 hermanos, había recién cumplido 3 años…
Hoy quiero reivindicar su nombre, actuación y memoria. También quiero expresar mi empatía con aquel hombre, que por circunstancias de la vida, debió cargar con esa culpabilidad, sin tener jamás la intención de provocar tan lamentable tragedia… ojalá la vida haya sido benigna con él y su familia.
*Crédito fotografías: Archivo diario La Nación