El matutino Nuevo Ferrocarril de Santiago, informaba que el domingo 5 de septiembre, se efectuará la bendición del estandarte en la iglesia parroquial de San Bernardo. En efecto, la bendición se realizaría durante la Santa Misa. Y así fue. Las canciones y el coro estuvieron dirigidos por los célebres señores Savelli y Laperci, más don Antonio Arenas. Quienes, a su vez, contaron con quince músicos y ocho tenores.
En cuanto al sacerdote que ofició la ceremonia religiosa, fue el reconocido P. Ramón Ángel Jara, quien tiempo después fue nombrado obispo de Ancud. En relación a los padrinos y madrinas, fueron: El ministro de guerra, don José Francisco Vergara Echevers; don Manuel García de la Huerta y señora; don Álvaro Covarrubias Ortúzar y esposa, doña Benigna Ortúzar Gandarillas; don Benjamín Vicuña Mackena y señora, doña Victoria Subercaseaux; don Isidoro Errázuriz, el comandante Carlos Condell de la Haza, don José Antonio Gandarillas Luco.
Cabe mencionar que el matrimonio Covarrubias Ortúzar fueron los propietarios de la hacienda Marruecos, actual comuna de Padre Hurtado, hacienda que pertenecía a la subdelegación de Santa Cruz de la Victoria.
Anverso estandarte Batallón del Departamento de La Victoria, con laureles, confeccionado en seda e hilos metálicos
Largo: 117,5 cms., Ancho: 110 cms., altura fleco: 6 cms.
Reverso estandarte.
Escudo nacional bordado en realce en hilos de seda en colores blanco, azul, rojo y tonos café,
y su base en hilos metálicos dorados.
Por su contorno, flecos metálicos dorados a modo de terminación.
Uno de sus lados tiene tres cintas dobles como amarras.
A continuación, algunos retratos obtenidos de los padrinos del Batallón Cívico Movilizado de La Victoria.
La ceremonia de la bendición del estandarte fue descrita, por el diario El Nuevo Ferrocarril, informando sobre el evento el 6 de septiembre de 1880.
“…La fiesta de la bendición del estandarte del batallón Victoria tuvo lugar ayer en San Bernardo, con toda la pompa y solemnidad de tan trascendental y augusta ceremonia.
De Santiago fueron más de mil quinientas personas. De San Bernardo se supo oportunamente la gran concurrencia que iba invadir la modesta ciudad que en este día se había cubierto de gala, por un telegrama que mandó don Macario Ossa. El gobernador de San Bernardo y comandante del Victoria, señor Enrique Baeza, esperaba en la estación a los delegados del señor ministro de la Guerra, que eran el general Sotomayor y el comandante Goñi; este último iba acompañado de los capitanes ayudantes don Félix Pérez Eastman y don Rafael Sanfuentes.
El batallón Victoria estaba tendido en batalla en la avenida de la estación, con el mayor don Exequiel Soto Aguilar en el centro y todos los oficiales tres pasos al frente. La comitiva desfiló frente al batallón hasta la iglesia, donde a las diez se dio principio a la ceremonia.
La iglesia tiene la forma de cruz griega. El Victoria se formó por mitad en los brazos de la cruz y en el centro se colocaron los señores Sotomayor y Goñi, teniendo en medio al comandante Baeza y al estandarte rodeado de los padrinos y madrinas y algunos otros invitados.
Allí estaban don Benjamín Vicuña Mackenna, la esposa del gobernador, la señorita Cecilia Vicuña Subercaseaux, don Macario Ossa, don Juan Mackenna, don Félix y don Rafael Echeverría, coronel Dublé Almeida, don José Antonio Soffia, don Ismael Tocornal y muchos otros senadores, diputados, jueces, capitalistas, hacendados y personas de alta posición social.
La orquesta dirigida por Savelli, estuvo espléndida. En la misa, antes del Evangelio, se condujo la bandera al altar y el sacerdote la bendijo.
El contralmirante Goñi dijo entonces de pie y con voz solemne y pausada: – comandante del batallón Victoria, ¿Juráis ante Dios y la patria defender esta bandera hasta perder la vida?
– Si, juro, contestó con su voz conmovida el señor Baeza, extendiendo su espada.
El contralmirante díjole entonces:
– Comandante os entrego este estandarte para que exijáis de los oficiales y soldados del batallón Victoria el juramento de ordenanza.
Un silencio profundo reinaba en la iglesia. La emoción embargaba todos los corazones. Difícilmente puede haber en la vida momentos más solemnes.
Pero todavía faltaba algo que no se puede describir. Veámoslo.
El comandante Baeza tomó el estandarte; todos los oficiales lo rodearon y cruzaron sus espadas, formando “la bóveda de acero”, los padrinos tenían cada uno una de las cintas que pendían del águila.
– Si, juramos, fue la respuesta de los oficiales, cuyas espadas se movían como agitadas por el deseo de que pronto ese estandarte los viera exhalar la vida en su defensa.
Luego el comandante exigió el mismo juramento a la tropa, y esta contestó presentando y rindiendo armas.
¡Cuántas lágrimas corrían en ese momento por los rostros de los veteranos que allí estaban! Muchos caballeros, entre ellos don Miguel y don Joaquín Lazo, no pudieron menos que sacar sus pañuelos para enjugar sus lágrimas.
Sólo se oía en esos momentos un solo sollozo; provenía de las madres, esposas y demás deudos de los soldados del Victoria. Ese juramento, que era para los soldados el de la gloria, era para ellas el juramento de la muerte/…/terminada la misa salió el batallón a la plaza y se tendió en batalla.
El abanderado paseó el estandarte por las filas y enseguida lo puso a retaguardia y el batallón hizo una descarga; ya había recibido el bautismo religioso; ahora recibía el bautismo de fuego en esa descarga que fue magnifica; no se oyó más que un solo trueno, lo que hizo aplaudir con entusiasmo a todos los concurrentes…”
* Diario El Nuevo Ferrocarril, 6 de septiembre de 1880