Bajo ritmo intenso de lluvia nos reunimos con Enrique Valdivia en casa de su hermana, la querida maestra y folklorista Elena Valdivia.
Apenas traspasamos el dintel de la puerta nos volcamos a la tarea de secarnos un poco la ropa pues llegamos empapados a la cita.
La maestra Elena nos facilitó amablemente algunas ropas de Los Chenitas y de esa manera reparamos en algo el accidentado viaje.
“Estamos sin luz”, nos dice Enrique, “No importa”, le respondo, “lo importante es que ya estamos aquí”.
Nos ubicamos en el living, mirando hacia una ventana mientras la lluvia no daba tregua. El patio nos ofrecía una verdadera sinfonía eléctrica, parecida al chirrido de raíles, sin embargo nos encontrábamos a varias cuadras de la línea del tren.
Desde la cocina emergían vapores y caldos de la mano cálida de la maestra.
Nos tomamos un…creo que era “chacolí”, ¡verdaderamente portentoso!, como sólo ella sabe prepararlo.
Ya en calor, Enrique toma sus escritos ordenadamente. Hablamos.
- ¿Qué te motiva a escribir décimas? – pregunto
“…surgió hace mucho tiempo. Asistí, a fines de los 80 a encuentros de payadores en el teatro Cariola. Me impresionó extraordinariamente la labor fecunda que tenían, la maestría para poder desarrollar los pies forzados, las polémicas, los encuentros entre contrarios; la gente proponía un tema a los contendores y ellos desarrollaban su poesía.
Me gusta la décima porque es muy musical; la poesía libre para mí es muy difícil, no tengo la capacidad de desarrollarla, hay que tener un alma y la estructura de la décima me encanta porque es musical y es matemática, y uno tiene que ser disciplinado. Esto es producto de la admiración más que de la imitación, porque trato de no imitar a nadie y tratar de aprender de personas, como por ejemplo Guillermo Villalobos, el “Bigote”, que es un genio, también admiro mucho a Guillermo Ríos, un artista extraordinario y compositor.
De payadores siempre hablo como referencia de los hermanos Rubio; Santos y Alfonso, y los hermanos Yáñez” – cuenta
La geografía musical de nuestra tierra ha sido muy generosa en el desarrollo de cantores y poetas populares, como es el caso de la familia Yáñez, con los hermanos Fernando, Pedro y Eduardo; cantores a lo humano y payadores de la mejor estirpe, lo mismo para los hermanos “Rubio”, de Pirque; Alfonso y Santos, quien además dominaba el guitarrón, la guitarra, el acordeón y el arpa
“En una ocasión especial, justo el año que falleció mi papá, el 95, ya se cumplieron 28 años, me enfermé porque acudimos a su funeral y en el cementerio hacía un frío enorme; esto fue un 28 de julio, consecuencia de eso es que estuve en cama como 8 días, con un resfrío muy fuerte, y se me ocurrió escribir la historia de la familia; de mis sobrinos, de mis hermanos, de cómo iban naciendo, cómo se desarrollaba la vida laboral de mi padre hasta que jubiló, a manera de homenaje para él, y desde entonces me empezó a entusiasmar” – según sus inicios en la escritura de décimas
- ¿Cuáles son las temáticas que van apareciendo en las décimas?
“…entre paréntesis, estamos en la casa de mi hermana Elena; ella es la maestra, es la premiada, ella es a quien admiro y quien me ha apoyado mucho. Ella cree que yo soy artista, que soy poeta, yo le digo que no; soy una persona que está incursionando, que le gusta esto, pero tiene mucho que aprender” – me replica antes de responder, sin embargo yo creo lo contrario pues Enrique es un verdadero maestro que cultiva el arte de escribir décimas.
“Las temáticas son diversas, porque hay una situación jocosa y nosotros nos comunicamos por WhatsApp o correo estas situaciones y las transformamos en décimas, también hay temáticas emotivas referidas a la familia, a un suceso trágico de repente, trato de que sea lo menos posible, evito lo morboso y trato de enaltecer un poco el afecto, la fraternidad y lo jocoso”
De su carpeta de escritos aparecen trabajos, por lo general diálogos imaginarios, y otros reales, empero llama mi atención aquellas conversaciones entre genios aparecidos de jarrones, personajes catedráticos y otros que, pese a sus diatribas o coprolalia, responden a situaciones propias del campo chileno, muy originales y actuales.
Su familia siempre está presente en sus décimas, en particular su hermana Elena y su sobrina Rocío que admira mucho por su espíritu luchador y talentoso.
Me muestra un libro escrito por el peruano César Guapaya Amado, titulado “Siglos de Tradición, la Décima”, publicado por la municipalidad provincial de Canta, Lima:
“Ésta es la biblia para mí, aprendí mucho de él, es un libro pequeño pero muy didáctico que habla sobre la décima en América Latina” – dice
César Huapaya es un destacado investigador de la décima en todos los países de habla hispana, Licenciado en Educación, investigador en poesía tradicional, juegos, juguetes y tradiciones populares
Enrique mira a la cámara, esboza una leve sonrisa, manteniéndose siempre solemne, erguido, porque sabe que las palabras necesitan de su tiempo y dedicación, que éstas son sagradas, que tienen encanto, que se diluyen tras cada estrofa. Así lo demuestra en este escrito que realizó para un festival de folklore a petición de su hermana:
“La vida no es sueño / Cuando joven yo soñé que otro mundo era posible / No existían imposibles para hacer lo que pensé / En la lucha me embarqué con fervor y compromiso / Y aunque el tiempo me deshizo mis deseos mis anhelos / Sigo firme en mis desvelos / Por cambiar el maleficio / Quién dijo que no es bonito soñar con gran pasión / Perdóneme don Calderón / Si le contradigo el mito / El soñar no es un delito / Y en eso pongo mi empeño / La vida pa’ mí no es sueño / Si no verdades concretas / Porque me propongo metas / Del destino soy mi dueño”
Me confiesa que su hermana, Elena, lo llama a veces “Periquito”; esto lo motivó, entre otras razones a dedicarle algunas décimas en “Hermana Madre”:
“Muchas veces te he descrito / Con mi tosca poesía / Pero siempre es tu alegría / Lo que cuento en mis escritos / Este humilde periquito / Te profesa adoración / Porque has sido con razón / Madre, hermana y compañera / Cómo quieres que te quiera / Si no es con el corazón / Siempre nos comprenderemos / En penurias y lamentos / Alegrías y contentos / Porque sé que nos queremos / Algún día nos iremos / Como dijo mi papá / Por allá en la eternidad / Donde espero verte siempre / Juntos todos nuevamente / En la gran fraternidad / Mi querida profesora /Guía de los infantiles / Que se cuentan ya por miles / Con tu impronta creadora”
Muchas son las anécdotas con su amigo Guillermo Ríos, incluyendo viajes y presentaciones donde siempre hay espacio para contrapuntos y retrucos:
“En el viaje hacia Rancagua / Nos dijo la Sole (Pérez) / Por favor no desesperen / Pues allá tendremos agua / No trajimos paraguas / Ni las botas ni capita / Puchas la suerte maldita / De esto yo no me enteré / No trajimos ni café / Para engañar la guatita”
Y, Guillermo le responde:
“Para engañar la guatita / Nada mejor que un san-guche / Así llenamos el buche / Y el hambre cualquiera evita /Antes que caiga el agüita / Y nos pille sin paraguas / Voy a hacerme una pantalla / Con una bolsa del Líder / Así el ingenio lo pide / En el viaje hacia Rancagua”
Le responde Enrique:
“Nada mejor que un san-guche / De esos bien morrocotudos / Con una cerveza Escudo / Para llenar el estuche / Para que todos escuchen / Lo que mi güergüero mide / Mi cuerpo ansioso decide / Tragarse un toro completo / Sin cola o cuernos lo meto / Así el ingenio pide”
Remata Guillermo:
“Así el ingenio lo pide / Para llenar el estómago / Pasando por el esófago / La tripa vacía no mide / Cualquiera cosa recibe / Bistec o papas con luche / Como una bolsa o estuche / Recibe sin dilación / Y dice con emoción / Nada mejor que un san-guche”
La décima espinela es una estrofa de diez versos octosílabos creada por el músico y poeta Vicente Espinel en el año 1591. Sus rimas son consonantes (todos los fonemas a partir de la vocal acentuada coinciden) y se organizan de la siguiente manera: ABBAACCDDC
La décima fue empleada por Lope de Vega, Calderón de la Barca, Cervantes, Quevedo y Góngora durante el siglo de Oro. Un ejemplo muy famoso de décima espinela es La vida es sueño de Calderón de la Barca.
Yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi. / ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son.
“Hay que respetar ciertas reglas gramaticales, con las palabras agudas y graves, hay que tener cuidado con los acentos y los diptongos también.
La estructura es muy matemática, es musical, y eso me gusta porque soy medio riguroso para esas cosas, no soy capaz de hacer poesía. Una vez escribí un cuento y me dijeron que era un relato porque no tenía protagonista; entonces dejé de escribirlos.
La gente que domina esto lo hace en forma muy musical, por eso siempre recuerdo a los hermanos Yáñez, a los hermanos Rubio; tenían ese énfasis, esa pasión.
Alfonso Rubio, tenía mucha sensibilidad para recoger momentos jocosos y divertidos y sacar sus chascarros” – aclara
En 2017, Enrique participó en el Premio Municipal de Literatura en género poesía, con su obra “Titanic del Belfast”, y obtuvo el tercer premio.
“En una oportunidad participé en el grupo literario del maestro Joel Acosta; artista, escritor, poeta, actor de radioteatro. En ese grupo me dijo ‘mira, tu escribes’, sí, le dije, soy bastante básico para eso, me gustaría aprender más.
‘¿Por qué no concursas?, hay un concurso literario en la municipalidad’, dije bueno…es una locura, intentemos esa locura”.
Seis años después su obra la llevó a una interesante puesta en escena, incluyendo vestuario de época, interpretación, baile, música y proyecciones audiovisuales en el Salón Museográfico de las Tres Acequias de la Fundación Profesor José Recabarren.
- Enrique, ¿cómo trajiste al presente un hecho histórico, trágico, como el hundimiento del Titanic, pero escrito en décimas y con una puesta en escena?
“Me centré en esto, no con afán imitativo, ni por autorreferencia ni ínfulas de fama ni nada, solamente de admiración. Admiro lo que hace mi hermana, es todo para mí, ella ha recibido todos los premios que se merece y he aprendido mucho de ella, y me gustaría hacer una obra como las que hace, tan completa, con coreografías, maquillaje, vestuario, con musicalidad y rigor interpretativo.
Es un hecho trágico y la gente inmediatamente lo asocia a la película romántica, pero esto no tiene nada que ver con el romanticismo; aquí hay una historia trágica que desnuda todas las falencias del ser humano, todos sus vicios y virtudes, las bondades y las carencias de los seres humanos; en los momentos trágicos aparece lo mejor y lo peor de la humanidad, la capacidad de ser fraternos, solidarios, desprendidos y también aparece el egoísmo, la soberbia, la ceguera, entonces para mí está confrontado el bien y el mal que en el fondo llevamos todos nosotros, en nuestro espíritu. La tragedia nos hace ser mejores y también nos hace ser peores.
Yo no soy un actor, me costó mucho, no por los nervios, sino que es necesario desarrollar muchas cosas, hay que proyectar la voz. Mi hermana me critica mucho, pero es primera vez que hago esto. En términos generales, considero que salió bien, la convocatoria fue exitosa y el lugar muy bello” – responde
Sigue la lluvia, escandalosamente intenta bajarnos la voz.
Llega la luz, se encienden las ampolletas de la casa mientras la maestra Elena pone la mesa para el almuerzo, esta vez nos sorprenderá con garbanzos preparados con un particular estilo, muy sabrosos por cierto. Le pido la receta e intento memorizarla.
“Mi papá murió hace 28 años. Le escribí un relato de mi familia, donde aparecen mis hermanos, mis sobrinos y los bisnietos que no conoció.
Él fue empleado de los ferrocarriles, lo designaron a muchos lugares como jefe de estación; Rancagua, San Fernando. Estuvimos en Curicó, San Bernardo, donde yo nací en la casa aquella que ahora ya no existe. Estaba en la plazoleta donde había una hermosa casa con un zócalo, maravillosas escaleras y palmeras (todavía están, pero la casa ya no está)
Y, el último recuerdo que quedó de mi papá es esta piocha porque la gorra, seguramente las polillas o el tiempo se la llevaron”
De una cajita, con mucho cuidado saca la piocha que dice en relieve “FF. CC del E. Jefe de Estación”. Reluce más que nunca, la tomo en mis manos, la veo, la contemplo e intento imaginarla en su elegante gorra, con su traje de jefe de estación, uno de los cargos más importantes a los que se podía acceder en aquellos tiempos porque más que jefe era toda una autoridad en el pueblo.
- ¿Recuerdas ese San Bernardo donde te criaste? ¿Qué echas de menos? ¿Qué desapareció?
“…lo cosmopolita que era la ciudad en el sentido de que la gente se conocía y era más afectiva, se saludaban, se ayudaban y ahora existe mucha indiferencia, mucha gente que no se conoce, que no se reconocen como ciudadanos de esta urbe. Son como migrantes, indiferentes, todo eso ha cambiado a partir de que los barrios residenciales han desaparecido, dando paso al comercio y eso ha ido restando todo lo que sea afecto entre las personas, entre los vecinos también.
Fuimos 15 hermanos y quedamos 11 en estos momentos, y tengo el orgullo de haber nacido acá. Prácticamente toda mi vida he estado acá, y lo que extraño mucho es la estación. Jugábamos entre los durmientes, nos subíamos cuando llegaban los trenes locales y se estacionaban ahí; iban a guardarse.
En Curicó nos pasaba lo mismo; había una tornamesa, los trenes daban la vuelta, nos subíamos y corríamos por entremedio de los vagones porque el tren ya terminaba su recorrido, después llegaba el inspector e iba a decirle a mi papá: ‘¡pero…mire, sus niños andan jugando, corriendo peligro!’.
Con mis hermanos teníamos todo ese tipo de aventuras, jugando entre las estructuras de los trenes, de las locomotoras a vapor, de los castillos de durmientes, las bodegas que ahora no existen.
Eso es más que nada lo que echo de menos; el sentir que había lugares donde podías ser feliz y ahora es muy difícil encontrar esos oasis de felicidad aquí; digamos no ser tan osado ni ambicioso de querer la felicidad completa, pero al menos tener solaz, donde recurrir a lugares que te entreguen algo de paz, calma, tranquilidad, que es difícil en tiempos con todos los conflictos sociales que hay junto con la delincuencia” – agrega
- Y, de la Maestranza, ¿qué opinas?
“A pesar de que nosotros no tuvimos vínculo estrecho con la Maestranza porque mi padre trabajaba en la estación, no fue funcionario, pero sí de ferrocarriles, sentimos un afecto especial porque de hecho, todas las reparaciones de las locomotoras venían de ahí, y sabíamos cuál era su historia.
Cuando visito la villa Maestranza, no sé si será nostalgia, quizás…impotencia, un poco de rabia ante la indolencia de las autoridades, no sé a qué autoridad atribuirle esto, pero veo que hay una despreocupación que no he visto en otros países que cuidan su patrimonio, como si dijeran; ‘Bueno, esto ya no sirve, no nos presta ni una utilidad, para qué queremos conservarlo’. Siempre hay que conservar la historia y los patrimonios.
Cuando estudié en el liceo de hombres en calle Eyzaguirre, estaba esa casona, de los Manzur, y ahora es un mall.
‘Bueno, los tiempos cambian, bueno…el progreso’, me dicen, pero…¿qué pasa con la historia?, con los recuerdos, con el patrimonio que nos tiene que quedar. ¿Qué pasa con eso? ¿Por qué no los conservamos? ¿Por qué le atribuimos al mercado, al consumo, virtudes que en realidad no le sirven al ser humano?, aparte de endeudarlos y hacerlos más indiferentes, no contribuyen a su crecimiento espiritual o emocional” – subraya
De repente aclara, un rayo de sol nos ilumina atravesando la ventana.
Se nos acaba el chacolí y nos esperan esos humeantes y deliciosos garbanzos al estilo de la maestra Elena Valdivia.