Quiero que conozcas la hermosa capilla patrimonial de El Barrancón, es muy antigua, dicen que era de los Jesuitas, ellos compraron varios terrenos en Calera de Tango y donaron éste donde se construyó la parroquia.
Es un lugar muy querido porque la gente de campo viene a misa y tiene la oportunidad de compartir en familia.
Cuentan que durante la independencia de Chile, Manuel Rodríguez arrancaba de los españoles usando varios túneles que abarcaban la zona de El Barrancón y se escondía en esta capilla.
Los ancianos nos contaron que el revolucionario Manuel venía a buscar a los campesinos que trabajaban en los fundos para pelear y los patrones los escondían en el cerrito de los mormones porque necesitaban mano de obra para trabajar la tierra.
El guerrillero quería llevarse a toda la gente de este sector pero no pudo hacerlo.
Como hace 40 años atrás venía a la capilla con mis hijos a reuniones y convivencias, también cuando interpretaban danzas religiosas y canto a lo Divino; la gente era muy sana y buena.
Esto es lo más hermoso que tenemos aquí en Lo Herrera, a pesar que parte de ella se cayó para un terremoto y unas personas compraron estos terrenos y se hicieron cargo de restaurarla. Así es nuestra historia, tenemos cosas hermosas y no sabemos valorizarlas.
Ahora que tengo 74 años estoy aprendiendo más de nuestra historia, motivada por saber dónde estamos y dónde vivimos.
Antes, las calles eran de piedra, las casas de adobe (todavía quedan algunas), nos metíamos a puros tierrales, no había casi nada.
Una sola micro salía a San Bernardo, la gente la esperaba, viajaba apretadita, echaban de todo arriba del cacharrito viejo que manejaba don Pepe sólo dos veces al día, nada más.
Estaba la pulpería que traía algunas cositas, sin embargo la mayoría de las personas preferían ir a San Bernardo a pie para comprar víveres.
Nunca faltó, eso sí, harina, aceite, azúcar y ese tipo de cosas ya que éramos un asentamiento y nos abastecíamos.
Mi familia siempre fue del campo; fui y soy campesina, era de las que me metía a “pata pelada” a las acequias para regar.
Nací en La Palmilla, mi marido era de Calama y mis hijos nacieron todos acá, en Lo Herrera, ahora son grandes y dedicados al comercio.
Mi vida fue muy sufrida, tuve que trabajar como un hombre para tener nuestras cosas, por eso sembrábamos porotos, lentejas, arvejas, verduras, zanahorias, acelgas para llevarlas al Mercado Municipal de calle Covadonga, también entregábamos nuestra mercadería en la feria de J.J. Pérez.
Estos terrenos los conseguimos a través de la Reforma Agraria, eran haciendas y fundos grandes, por eso se echa de menos tener más tierra para sembrar, nos hace falta el campo que ahora se está terminando porque se están construyendo muchas casas y con esto se nos provoca un daño muy grande.
Necesitamos un campo grande y libre, para que nosotros, los ancianos y nuestros niños podamos seguir comiendo verduras frescas.
Ya no nos queda nada, todo se ha echado a perder, incluso el sistema de vida no es el mismo, la gente empezó a vender sus terrenos, muchos se han ido y vamos desapareciendo de a poco.
Pese a todo, como familia mantenemos vivo al folklore, por ejemplo mi hija, Jéssica Valenzuela, desde chiquita, tenía apenas 12 años y ya era folklorista, yo también, en el Valle Lo Herrera, mis nietos estudian en Valparaíso y son de las Tunas.
En Lo Herrera hay muchos folkloristas, muchos conjuntos y familias que conocen a San Bernardo como la “Capital del Folklore”.
Es hermoso, porque han sabido reconocer lo que es de nuestra zona, de nuestro país y sobre todo la música chilena para que los niños aprendan más de su folklore y lo valoricen.
Por ese motivo mi hija le puso a su restaurante “El Rodeo”, que está ubicado en Eliodoro Yáñez con El Barrancón, ya que ella era cantora de rodeo y ahora, gracias al folklore es conocida por todo Chile.
Mi esposo cantaba mucho, tocaba la guitarra y le enseñó a mi hija cuando tenía 10 años durante las trillas que eran a “puro caballo”. De pronto la sentaba arriba de un fardo de paja con una guitarra chiquitita que le compró, y así empezó.
El folklore me rejuvenece, me da vida y alegría, cuando escucho a mi hija y la veo tocar el arpa, se me pone la carne de gallina.
Cómo me gustaría que los jóvenes se integraran al folklore, que conozcan las raíces de Chile, lo que realmente somos.
Acá, en el restaurante servimos comida típica, por ejemplo los buenos perniles, los arrollados, la cazuelita, la empanada, los porotos con rienda, las pantruquitas, prietas, la carbonada, todo eso lo hacemos, todo es típico chileno.
Este lugar era pequeño, mi hija lo restauró, era una casita apenas y tenía deseos de poner un restaurante, ese era su sueño y ahora se cumplió. Aquí la gente viene a disfrutar de una buena comida criolla y campesina, como debe ser.
Reconozco que soy buena cocinera, por algo trabajé con mi hija 14 años en la cocina y además bailando, porque el baile lo iniciamos acá; mi hija me decía “¡mamá, sáquese el delantal y venga a bailar una cueca!”, luego dejábamos bailando en la pista a dos o tres parejas y regresaba a la cocina para preparar los platos que había que servir afuera.
Te digo que el secreto para una buena cazuela está en ponerle harta verdura, con buenos ingredientes, no tantos aliños, después un buen pedazo de choclo, porotos verdes, papas grandes y carne.
Las empanadas las hacemos con carne picada, no molida, cebollita (no tanta), porque ahora le ponen mucha, eso sí bien aliñada con un poquito de ají picante, bien jugosita.
Podría estar hablando el día entero del campo y de Lo Herrera, por eso pido que lo cuiden, que no maltraten a este pueblo, es de lo más bello y si nos va quedando poco campo, no importa porque nos va quedando mucho folklore…
“Yo vendo unos ojos negros / ¿quién me los quiere comprar? / Los vendo por hechiceros, porque me han pagado mal / Más te quisiera, más te amo yo, y toda la noche lo paso suspirando por tu amor”.
Fresia León Moreno