“Tengo una pregunta sobre la historia de San Bernardo, y espero que usted me pueda ayudar.
En diciembre de 1882 hubo un equipo francés de astrónomos a la “Hacienda de Cerro Negro”, propiedad en ese momento del señor Valentín Marcoleta, ubicada a 2 kilómetros de la ciudad de San Bernardo.
El francés observó el Tránsito de Venus el 6 de diciembre de 1882”.Me gustaría saber donde se encuentra esta hacienda. Muchas gracias de antemano por cualquier ayuda!
Atentamente: Steven Van Roode, Breda, Países Bajos”
Steven Van Roode un reconocido astrónomo, experto en el “Tránsito de Venus” me escribió este breve mensaje que despertó mi curiosidad por este fenómeno astronómico poco frecuente que devela el paso del planeta Venus delante del sol, visto desde la Tierra y que produce una perfecta alineación.
El primero de ellos fue observado en 1518, el siguiente en 1526, hasta llegar a 1882, y recientemente en 2004 y 2012. Los próximos ocurrirán en los años 2117, 2125, 2247, 2255, y así sucesivamente.
Tras enviar las coordenadas del cerro Negro, logramos intercambiar valiosa información que permitió conocer una increíble historia protagonizada por una lejana expedición francesa que llegó a nuestro país para instalar un observatorio astronómico en la cumbre de este cerro.
Johannes Kepler (1571-1630) calculó las distintas posiciones de Venus a lo largo del tiempo y predijo que cada 130 años tendrían lugar tránsitos de Venus, los dos primeros en 1631 y 1761. El tránsito de 1631 no fue observado ya que, prácticamente en toda Europa ocurrió después de la puesta de sol.
Jeremiah Horrocks, (1617-1641) un clérigo Inglés, que había estudiado astronomía y matemáticas en Cambridge, recalculó la trayectoria de Venus descubriendo que habría un tránsito el 4 de diciembre de 1639.
En el siglo diecinueve hubo dos tránsitos, el 9 de diciembre de 1874 y el 6 de diciembre de 1882.
Los astrónomos usaron estos tránsitos para determinar la distancia entre la Tierra y el Sol. En 1874 y 1882 se realizaron grandes expediciones internacionales y fueron instaladas para observar este fenómeno astronómico.
En 1882 tres expediciones llegaron a Santiago. Un equipo belga que observó desde el Observatorio Nacional en Quinta Normal, un equipo americano que estableció sus cobertizos en la Fábrica de Cartuchos en Santiago y un equipo francés que escogió al Negro Cerro (San Bernardo) para construir un observatorio en la hacienda de Valentín Marcoleta.
Imagen del Tránsito de Venus de 1882 desde San Bernardo
El equipo francés fue conducido por el teniente Octave de Bernardières junto al Teniente León Bernaud, el guardia Carlos Favereau y cinco ayudantes.
Las instalaciones de Cerro Negro eran muy simples, apenas algunos cobertizos de madera, una choza en forma de domo y otra habitación con escotillas para guardar los instrumentos de la expedición científica.
Observatorio astronómico instalado en Cerro Negro de San Bernardo, 1882
Una carta escrita en San Bernardo por Octave el 7 de diciembre de 1882 al Presidente de Francia, demuestra el verdadero espíritu de esta aventura:
“Señor Presidente: Tuve el honor de enviarle ayer por la noche un telegrama para anunciar el éxito de nuestras observaciones, favorecidas por un cielo espléndido, que nos hacen confiar en la mayoría de los días que nos preceden, una atmósfera tan pura, especialmente durante la mañana.
La gran altitud de nuestro observatorio contribuyó mucho a la nitidez de las apariencias del fenómeno.
Las numerosas mediciones micrométricas han sido efectuadas y alternadas con determinaciones de diámetros diferencias de ascensión recta y de declinación. Los prismas fueron bien empleados. Las observaciones de mi colaborador, Sr. Favereau, han sido hechas con un pequeño anteojo meridiano dispuesto con este fin.
A pesar de las dimensiones de los instrumentos los resultados obtenidos parecen ser bastante satisfactorios.
Tendré el honor de enviarle por el próximo correo el detalle de nuestras observaciones que actualmente estamos ocupados en ordenar.
Tan pronto como este trabajo sea efectuado, y en cuanto a lo que nos concierne para determinar las diferencias telegráficas entre Santiago, Valparaíso, El Callao y Buenos Aires.
Con un respeto profundo, Señor Presidente,
Vuestro obediente servidor, el Jefe de la Misión”El 28 de abril de 1883, unos meses después del último tránsito de Venus, el periódico ilustrado Harper’s Weekly publicó una imagen mostrando a unos jóvenes mirando el sol por un pedazo de cristal ennegrecido:
“Uno de los objetivos de los astrónomos de los siglos XVIII y XIX debía determinar la distancia de la Tierra al Sol (la unidad astronómica), o bien el diámetro angular del eje semi-principal ecuatorial de la Tierra visto desde el centro del Sol. La unidad astronómica es la línea de fondo para determinaciones estelares, y es así el primer paso de la escala de distancia cósmica.
El Tránsito de Venus de 1882 fue observado por astrónomos de Chile, Bélgica, Brasil, Francia, Alemania y los Estados Unidos, quienes pasaron unas semanas en o cerca de Santiago y Punta Arenas para observar el tránsito.
La Academia francesa de Ciencias había organizado diez expediciones, comprendiendo a 35 personas, observar el tránsito de varios sitios de la Tierra: Haití, México, Martinica, Florida, Santa Cruz (Patagonia), Chile, Chubut.
El viaje francés a Chile fue encabezado por el teniente naval Octave de Bernardières, y dos miembros más, el teniente León Bernaud y guarda Carlos Favereau, y cinco ayudantes.
La expedición francesa escogió una región apartada de Santiago y recomendada por la conferencia internacional, para apoyar la observación a realizarse en el Observatorio Nacional.
Ellos llegaron a la Hacienda de “Cerro Negro”, de propiedad del Señor Valentín Marcoleta, ubicada a 20 kilómetros de Santiago, estableciéndose en un punto que culmina en el inmenso valle central de este territorio”
La comisión enviada por el Instituto de Francia abandonó ese país el 15 de julio de 1882, tras aventurarse en la ruta de Magallanes a bordo de la fragata Magicienne, ocasión que aprovecharon para recopilar valiosos datos útiles para la ciencia.
El personal de la Comisión, fue designado a comienzos de 1882, y estaba integrado por el señor Ministro de la Marina de ese país, a solicitud de la Academia de ciencias, compuesto de la siguiente manera:
Como Jefe de la Comisión, el Señor Octave de Bernardières, Teniente de Navío.
Como Miembros de la expedición, los Señores León Barnaud, Teniente de Navío y el Señor Carlos Favereau, Guardia Marina examinado.
Como ayudantes, los Señores Simon, Contramaestre carpintero, Lalande, Contramaestre timonel, Mercier, Contramaestre Timonel y Telegrafista, Ramel, Timonel y Telegrafista y Deffes, Contramaestre Armero.Las expediciones francesas, integradas por científicos, militares y observadores entrenados en prestigiosas instituciones astronómicas, viajaron por todo el mundo.
La marina quedó a cargo de las expediciones australes, en la Patagonia donde las probabilidades de observación estaban aseguradas aunque bajo condiciones materiales bastante precarias.
Octave de Bernardières, nació en 1845, en la ciudad de Charleville. Desde temprana edad demostró su talento en las aulas que posteriormente volcó en la academia como profesor o agregado en estaciones lejanas de observación astronómica. Su tarea fue reconocida obteniendo altas condecoraciones como Jefe de la Comisión Científica que lo trajo a San Bernardo.
Publicó un libro sobre el Magnetismo Terrestre, otro que hablaba sobre el Círculo Meridiano, las Longitudes entre París y Berlín y entre París y Bonn.
Su expedición estaba formada por nobles franceses; el Teniente de Navío, señor Barnaud, era Caballero de la Legión de Honor, grado que consiguió recorriendo el mundo en numerosas campañas donde practicaba con trabajos geodésicos o avanzados experimentos de electricidad.
Mientras tanto, el joven guardiamarina, Carlos Favereau, fue distinguido en esa época por poseer un alto talento matemático.
El resto de la expedición, como ya mencioné, estaba formada por ayudantes reclutados en la Marina francesa, expertos conocedores de la dura vida en altamar.
Pronto arribó en aguas chilenas, su principal preocupación fue encontrar el mejor lugar para instalar el observatorio astronómico. En un par de días recibió numerosas ofertas de empresarios y mandatarios que de manera hospitalaria ofrecían sus haciendas en Colchagua y Talca, sin embargo concluyó que la mejor opción era San Bernardo.
Elegido el cerro, se trasladó el valioso material científico en una seca pradera, después de 43 días de arduo trabajo entre el 10 de septiembre y el 23 de octubre de 1882.
La inauguración se hizo con gran pompa, al menos así fue comentado en un periódico:
“Ayer tuvo lugar en la hacienda del señor Valentín Marcoleta la inauguración del observatorio astronómico, que con tanta actividad ha instalado la Comisión científica francesa, llegada últimamente a nuestro país para observar el próximo paso de Venus por el disco del Sol.
El sitio elegido por los astrónomos franceses se encuentra a inmediaciones de las casas de la hacienda de Cerro Negro, que distan próximamente unos dos kilómetros de San Bernardo, hacia el oriente.
Una veintena de invitados, entre los cuales se encontraban los señores Ministros de Hacienda, barón d’Avril y señor Carion, señores Domeyko, Barros Arana, director del observatorio astronómico, Vidal Gormaz, miembros de la comisión belga, director General de Telégrafos, secretarios de la legación francesa, profesores Luis L. Zegers, René F. Le-Feuvre, y señores E. Errázuriz, Bertrand y Drouilly, llegaron a San Bernardo por el tren de las diez de la mañana, y allí fueron recibidos por los simpáticos miembros de la Comisión francesa.
Después de un corto descanso en las casas del señor Marcoleta, los invitados se dirigieron al observatorio astronómico que, como hemos dicho, se encuentra a las inmediaciones de estas casas, en un terreno cerrado y cubierto de vegetación.
Difícilmente podría haberse elegido un paraje más apropiado para establecer ese plantel.
Efectivamente, la planicie donde está situado, encontrándose en el valle central, queda alejada de altas montañas que pudieren abrigar nubes y estrechar el horizonte. Además, está bastante resguardado de los vientos reinantes por pequeñas colinas que angostan el valle por el sur; y como el suelo está cubierto de vegetación, los astrónomos se verán libres del polvo y de los efectos perturbadores que acarrearían un caldeo demasiado intenso de las capas inferiores de la atmósfera.
Debemos felicitarnos, pues, de que el señor Marcoleta, con exquisita amabilidad, haya puesto a la disposición del señor de Bernardières un paraje tan apropiado como lo es Cerro Negro; y además de felicitarlos también, de que el señor Vidal Gormaz haya tenido la feliz idea de recomendar este sitio.
El Observatorio lo constituyen tres pabellones colocados según una línea recta, dirigida de oriente a poniente, y distantes cuarenta metros unos de otros. El pabellón del extremo poniente, en forma de octógono, circunda un macizo pilar de mampostería y de ladrillo, que sirve de soporte a un gran anteojo ecuatorial, cuyo objetivo tiene ocho pulgadas de abertura. Este precioso instrumento, salido de los talleres de Eichens y Gautier de París, debe ser manejado por el jefe de la Comisión.
El pabellón central, cuadrado, encierra un círculo meridiano portátil, de los afamados constructores Brunner. Este instrumento servirá para fijar la posición Geográfica del Observatorio de San Bernardo; ha servido ya para determinar el meridiano donde está colocado, y se le utilizará naturalmente en la determinación de todas las medidas absolutas que harán los astrónomos franceses. En este pabellón se encuentra también un péndulo, un espléndido cronógrafo de reciente construcción, aparatos telegráficos, cronómetros y baterías eléctricas.
El último pabellón, hacia el oriente, análogo al primero, encierra un excelente anteojo ecuatorial de construcción suiza, que debe ser manejado por el señor Barnaud.
Además de estos pabellones, hay los pilares con las miras que han de servir para hacer las correcciones de colimación que ha menester el círculo meridiano; un pequeño pabellón magnético, situado a bastante distancia del Observatorio, de manera que queda fuera de las influencias de las masas de hierro; y por último, un aparato de Müntz, que servirá para determinar cuantitativamente la cantidad de ácido carbónico que contiene el aire atmosférico en esa localidad.
Todas estas instalaciones e instrumentos se encuentran sabiamente distribuidas, reunidas unas con otras por medio de hilos eléctricos, y todas a la vez, con las casas de habitación de la hacienda, con San Bernardo, y por consiguiente, con el Observatorio astronómico de Santiago.
Tendríamos que extendernos mucho más, si hubiésemos de describir las peculiaridades de los diferentes instrumentos, y el papel que harán en manos de los hábiles astrónomos franceses.
El señor de Bernardières, de reputación científica sólidamente establecida, por sus excelentes trabajos prácticos, y diversos otros que ya ha publicado, y los señores Barnaud y Favereau, sus distinguidos colaboradores, sabrán sacar todo el partido posible del valioso material científico que la Academia de ciencias de París ha confiado a su saber.
Después de visitar el Observatorio y ver el pequeño laboratorio de fotografía y de manipulaciones químicas, los invitados pasaron al comedor donde se sirvió un suntuoso almuerzo. Los señores miembros de la Comisión francesa hicieron los honores de la mesa, con aquella amabilidad y distinción, inherentes a los hijos de la culta y simpática Francia.
En el momento da destapar la primera botella de espumoso champagne, el señor de Bernardières brindó poco más o menos de la manera siguiente:
“Señores: Empiezo por pediros que me excuséis sino me expreso en vuestro bello idioma, que desgraciadamente no he tenido aún tiempo de aprender; pero en Chile todo el mundo habla o entiende el francés, y por lo tanto, mi ignorancia tiene menos inconvenientes. Mis colaboradores y amigos señores Barnaud y Favereau, se unen a mí para agradeceros el que os hayáis dignado sacrificaros este día, y creedme que de él conservaremos un precioso recuerdo. Es, en efecto, un honor para nosotros el ver reunidos en nuestro pequeño Observatorio, a hombres que con merecidos títulos ocupan un puesto sobresaliente entre las ilustraciones de Chile. Por otra parte, debo declarar que tenemos una deuda de reconocimiento que pagar, y nuestro primer deseo es el de expresar públicamente toda nuestra gratitud por el recibimiento amable y simpático que todos nos han hecho: gracias a la cortés atención del Gobierno chileno, y particularmente del señor Ministro de Instrucción Pública, que siento en el alma no ver aquí en este momento, debemos el haber tenido todo género de facilidades para plantear nuestro Observatorio; el señor director General de telégrafos, el señor director del Observatorio, el señor jefe del servicio hidrográfico, el señor profesor Zegers, el señor oficial mayor del Ministerio de Instrucción Pública, el señor gobernador de San Bernardo, y en general todas las personas a quienes hemos tenido el honor de dirigirnos, nos han ayudado de la manera más amable: gracias, pues, a todos y a nuestro estimado huésped señor Marcoleta, cuya amable hospitalidad nunca habremos agradecido lo bastante. Sed los bienvenidos señor Ministro de Bélgica y vosotros mis queridos colegas de la Comisión belga, con quienes y de concierto con el señor Vergara, vamos a penetrar los más íntimos misterios de las bodas de Venus con el Sol.
“Mil gracias, en fin, al digno representante de nuestro país, que nos ha puesto en relación con todos estos señores: vais a dejarnos muy luego, señor barón d’Avril, llevando los sentimientos unánimes y las simpatías de todos. Es una felicidad para nosotros el ver reunidos en esta circunstancia, algunos de nuestros queridos compatriotas: no pocos de ellos han hecho de Chile su segunda patria: se comprende, porque las relaciones de simpatía que unen a los dos países, son indisolubles: bebamos, señores, por la prosperidad y felicidad de Chile hospitalario”.Terminada esta agradable fiesta, los invitados volvieron al Observatorio, donde pudieron observar en pleno día, gracias a los poderosos anteojos, el precioso aspecto que presenta Venus en menguante.
Don Diego Barros Arana, vecino de San Bernardo, participó en forma entusiasta ayudando a la expedición francesa en cerro Negro, escribiendo sus observaciones que más tarde envió a Francia donde recibió una medalla de Honor.En uno de sus cuadernos, fechado el 10 de diciembre de 1882, escribió:
“Con no poca, desconfianza envío el resultado de las observaciones hechas por don Alejandro Andonaegui y por mí, sobre la hora del paso de Venus en San Bernardo.
De antemano conocía yo teóricamente las dificultades de las observaciones en que se trata de fijar el tiempo en sus fracciones más diminutas, concordándolas con la visión de un astro al través de un telescopio.
El fenómeno del 6 de diciembre me ha hecho comprender que es casi absolutamente imposible llegar a un resultado de exactitud irreprochable. Desde que Venus se acercó al disco del Sol, la titilación de las atmósferas de esos dos astros hacía creer que el contacto se acercaba o se alejaba alternativamente. Estoy persuadido de que, de cuatro observadores colocados en el mismo meridiano y provistos de instrumentos iguales, difícilmente habrá dos cuyas observaciones coincidan en todos sus accidentes.
Sin embargo, nosotros observamos con toda la atención posible, y fijamos prolijamente nuestras cifras. Teníamos a nuestra disposición un reloj-cronómetro de excelente construcción, cuya marcha había sido cotejada y corregida con la hora media de Santiago, según los cronómetros del observatorio de Cerro Negro.
En la visión del pasaje de Venus se observa un fenómeno óptico conocido con el nombre de la gota negra. Cuando el planeta entra en el disco del Sol, se percibe una gruesa raya negra que continúa uniéndolo al borde del Sol con la apariencia del cuello de una botella, Esa raya se adelgaza gradualmente y al fin se corta, dejando ver la forma esférica del planeta enteramente desligada del borde del Sol.
Aunque este fenómeno óptico no tiene, según creo, importancia en la observación, nosotros notamos que la gota negra se cortó á las 9h 38m 7s.
Nuestras observaciones eran hechas con un anteojo ecuatorial de 11 centímetros (cinco pulgadas) de abertura, construido en París en la acreditada fábrica del señor J. Salleron. Habíamos hecho platear el helióscopo o vidrio de color aplicable al ocular del anteojo.
Conviene tener presente que el lugar en que hacíamos nuestra observación, está situado a algunos kilómetros al occidente del meridiano de Santiago, a tres kilómetros al occidente del meridiano de Cerro Negro, y que, por tanto, nosotros debíamos observar la entrada y la salida del planeta con algunos instantes de anticipación. Aunque esta circunstancia no puede explicar todas las diferencias, que sin duda nacen de error involuntario e inevitable del observador, por las razones expuestas anteriormente, importa recordarla.
No atribuyo a nuestras observaciones un gran valor científico. Creo, sin embargo, que ellas pueden servir como auxiliar para la comprobación de las que han hecho personas más competentes, y sobre todo, más habituadas a este género de trabajos.
De nuestras observaciones puedo decir solamente que han sido tomadas con prolijidad y con buen deseo”.