El siguiente relato está inscrito en los anales de la historia mundial y comenzó a gestarse en nuestra ciudad, San Bernardo.
Esta gesta, más que una travesía, es una epopeya de cómo los hombres pueden superar obstáculos y llevar a cabo sus propios anhelos y sueños.
Estamos en la Ciudad de San Bernardo, año de 1918.
Por la Plaza, rumbo a la Botica de la familia Farr, un joven y buen mozo Teniente de Aviación de nombre Dagoberto Godoy, pasea discreto, con la mirada fija en algún punto de sus pensamientos.
Algunas damas intentan saludarlo, pero el teniente sólo piensa en algo…cruzar la Cordillera de Los Andes, sí, algo impensado para entonces.
A pesar que el joven Dagoberto Godoy Fuentealba había nacido en Temuco, un 22 de julio de 1893, no tardó en adaptarse a las costumbres de nuestra ciudad.
Su delgada estampa contrastaba con la de otros oficiales de su misma edad que soñaban con noticias llegadas de Europa; esos locos primeros vuelos y las peripecias de Manuel Ávalos, uno de los precursores de la aviación chilena.
En 1914 fue destinado al Regimiento de Ferrocarrileros y desde 1916 cumplía sus labores en la Escuela de Aviación.
El Teniente Dagoberto Godoy, motivado por aquella hazaña visitó la oficina del Mayor Víctor Houston, un oficial Inglés invitado a nuestro país por el entonces Ministro Plenipotenciario en Londres.
La misión del Mayor Houston era reorganizar la aviación en Chile, gracias a los adelantos Europeos, en esta materia, producto de las Guerras.
El período de instrucción fue muy breve. Dagoberto poseía gracia y un don natural para pilotear distintos tipos de máquinas aéreas a grandes altitudes, es por eso que el 7 de diciembre de 1918, por la tarde, estaba todo listo y dispuesto para el despegue de la nave, sin embargo la fecha definitiva se aplazó para el jueves 12 del mismo año.
El Jefe del Departamento de Ingenieros, Coronel Dartnell cumplió el martes con ese requisito frente al Ministro de Guerra. La operación sería manejada con absoluta discreción, para no dar ninguna pista u observación.
Los que conocían el plan, llevaron el avión hasta cierto punto de la base aérea, para dejarlo en condiciones inmejorables, ya que la travesía merecía prolijidad, detalles y cuidados especiales.
Esa noche, Dagoberto Godoy, sin dar luces de su empresa, acomodó su ropa, buscó un mapa, cargó los tanques, corrigió su brújula y durmió como de costumbre.
A las tres de la Madrugada de del día12 de diciembre de 1918, Dagoberto inició el primero de los protocolos para partir a bordo del Bristol 4988.
Al volver, a eso de las 4 de la mañana, la nave estaba rodeada por sus amigos, su jefe y los mecánicos.
Bromeó y subió al avión sin decir ninguna palabra.
El Bristol sin contratiempo se elevó por los aires, continuó con una maniobra en espiral, alcanzando casi los 4.000 metros de altura.
Pese a la fragilidad de la nave, la proeza de Dagoberto logró dominar los principales defectos de fabricación y ubicarlo en lo más alto, ubicándose en los montes del Tupungato, desapareciendo de la vista, como un puntito negro a una velocidad de 180 ó 190 kilómetros por hora y su meta de alcanzar unos 6.300 metros, siempre y cuando no fallara la bomba de aceite y las revoluciones del motor.
El frío expandía su radio de acción por toda la cabina del Bristol, el ruido del motor hacía sentir su presencia arremolinándose en el aire fresco.
El Bristol ascendía y descendía en complejos escenarios suscitándose rápidamente hasta traspasar la frontera con Argentina, guiado por su maestría e instinto, salvaguardando los frágiles instrumentos.
Pero esta condición se vio interrumpida por constantes problemas mecánicos, fallando el motor y la bomba automática, más, sin saberlo, sospechó en primera instancia del carburador, por esto aplicó la bomba de mano para hacer andar el rotativo y descartar probables hendiduras o cortes de fuselaje. El peligro era cierto; el avión podría caer en picada, girar en el aire o no responder a ninguna táctica.
Así, aplicó la bomba manual para ganar velocidad, activando los rotativos, salvándose de estrellarse en primera instancia, casi de milagro.
El héroe aguantó ciclones, ráfagas de viento y el hecho de quedar sin combustible en cualquier minuto, la bruma no dejaba ver la ciudad de Mendoza, pero era innegable su proximidad con la cancha de Tamarindos, al seguir cursos de agua.
El Bristol, al tomar tierra rompió sus alas, estrellándose con una alambrada, destruyéndose también el tren de aterrizaje y la hélice.
Cayó de la nave, entumecido, congestionado por falta de oxígeno; sus manos estaban agarrotadas.
Mientras que la noticia ya era alertada en el vecino país:
“Se informa que a las 6:35 minutos A.M.…el teniente chileno Godoy atravesó la Cordillera de Los Andes…aterrizando en Lagunillas…Mendoza…confirma que el chileno se encuentra en buenas condiciones de salud…”
Dagoberto contó su hazaña una y otra vez:
“…puedo asegurar que iba tranquilo, tanto de costumbre, pues me había acostumbrado a pensar que de mi misma calma pendía el éxito…Si alguna emoción llevaba, era la de ver cumplido mi sueño dorado. Iba a ver por fin, desde lo alto, las cumbres nevadas que tantas veces había mirado desde el aeródromo…”
El accidente no restó en lo más mínimo los méritos y capacidades del oficial chileno, quien un día 17 de diciembre regresaba a Santiago, en medio de una gran cantidad de personas que escoltaba la caravana.
Premios, condecoraciones, medallas, ascensos y muchas cosas más aguardaban al Teniente Godoy que en forma pasiva recibía con su modesta estampa.
Una semana después se organizó un grandioso desfile en San Bernardo, acogiendo honores frente a un imponente desfile a cargo de todas las instituciones sociales y militares de la ciudad que le entregaron un reloj de oro.
El Teniente Dagoberto Godoy continuó viviendo en San Bernardo durante largos años…