Colegio San José de San Bernardo, diario “El Quisquilloso”
Escrito el 20 de agosto de 2019
Agradecimientos: Profesor Diego Ponce
No todo lo que brilla es oro como tampoco toda manifestación artística es siempre digna de alabanza. Ya sabemos que toda regla tiene una imponderable excepción y en mi San Bernardo querido, con el arte callejero, este axioma calza a la perfección.
Cada vez que asisto al colegio, veo en los alrededores el boom que está teniendo el arte callejero. Basta con entrar por Avenida Colón y evidenciar este auge que se contrapone al desamparo que tienen otros lugares patrimoniales de la comuna.
Por arte callejero me refiero a técnicas informales de expresión artística, que se dan en las calles de manera libre. Se trata de un tipo de intervención artística de vida corta y que no aparece en los museos porque su fin es bastante esporádico y no pretende trascender como ocurre con el patrimonio.
Las raíces de nuestra identidad se están secando para dar paso a lo superficial. Atrás están quedando los paseos culturales con mis abuelos al Cerro Chena, Maestranza o Casa de la Cultura. Es más económico y vistoso interactuar en la plaza o parque Colón con el arte callejero.
Las familias prefieren ver a este arte maleza crecer y no valorar el ayer que evoca nuestra historia.
Cada vez aparecen más intervenciones urbanas, sin olvidar el bombardeo de información que existe en los canales de difusión de la comuna. Medios que han estado ausentes con nuestro patrimonio.
Los temas utilizados por los distintos artistas callejeros son diversos, pero coinciden siempre en provocar y llamar la atención. Por este motivo creo que hacen tanto eco en la población y es probable que sus artistas estén en boca de todos, contraponiéndose a lo que ocurre con el patrimonio, que pese a que convivimos con este tipo de espacios, reina una nebulosa en torno a su historia.
La calle, lugar de interacción del arte callejero, se refiere a algo sin hogar, sin historia ni raíz. Apunta a algo que puede acceder cualquiera y que será digno de olvido en cualquier momento y que resta de trascendencia y simbolismo al patrimonio.
Realmente soy majadera, y quiero seguir siéndolo. El patrimonio no recibe el mismo tratamiento que el arte callejero, es verdad que la culpa no siempre se debe a las estrategias utilizadas, sino también a nosotros, los propios ciudadanos que solo nos acordamos del Cerro Chena o Maestranza cuando conmemoramos el día del patrimonio cultural.
Es imperativo crear conciencia y estrategias como las que utilizan con el arte callejero, que no requiere ser visitado un día domingo o celebración especial para ser conocido, al contrario, aparece en los espacios del día a día, sin caer en la invitación consciente.
Faride Zeran, Vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile, expresó en un artículo publicado en el sitio web de esa casa de estudios, que “el patrimonio debería proyectarse en una política permanente. El rescate de nuestra cultura, de la historia política y social que se refleja no sólo en los monumentos o edificios, sino también en prácticas y respeto por ciertos modos de vida, debería ser un esfuerzo constante del Estado”.
Frente a esto, corroboro lo que está pasando por los rincones de San Bernardo. El patrimonio está perdiendo su perpetuidad en desmedro de lo volátil, sobre todo por la carencia de estrategias que apelen al sentido macro de nuestra historia comunal.
Hoy veo como la modernidad avanza a pasos agigantados, provocando daños colaterales que no siempre son percibidos al momento en que ocurren, por el contrario, se piensa que solo entregan mejoras a los entornos en los cuales se desenvuelve. Hoy en los aires de la comuna existe un arte desechable, un arte que no mira sus orígenes ni menos se interesa por conocer a sus referencias históricas. Un arte maleza, que crece sin mayores cuidados pero que cuesta erradicarla de raíz.